Tiempo de refrescos, con desayunos y meriendas en familia, me obligan a preparar recetas que sean del gusto de todos. Así pues, un batido de chocolate fresco a media tarde, acompañado de unas berlinas (mejor rellenas), son un tentempié perfecto para que una reunión en casa de los abuelos, uniendo tres generaciones, sea todo un acontecimiento. Nosotros ya lo hemos vivido, así que probad con esta receta y en torno a una mesa dejaos llevar por las memorias de vuestros mayores.
Receta del libro de Xavier Barriga, Bollería.
Ingredientes:
-500 gr harina de gran fuerza
-10 gr de sal
-80 gr de azúcar
-100 gr de huevo (2 huevos medianos)
-50 gr de mantequilla fría
-180-200 ml de agua
-40 gr de levadura fresca (la compro en mercadona en refrigerados)
-Ralladura de un limón
-1/2 cucharadita rasa de canela en polvo
-aceite de oliva virgen extra para freír
-crema de chocolate para el relleno (en mi caso nocilla)
-azúcar en grano para rebozar las berlinas
Con estos ingredientes salen 16 berlinas medianas
Amasamos todos los ingredientes a mano o con robot de cocina con gancho amasador, excepto la crema de chocolate y un poco de agua que reservaremos para añadir al final junto con la levadura. Importante añadir la mantequilla a mitad del amasado y la levadura poco antes de terminar con el agua reservada anteriormente.
La masa estará lista cuando se despega de las paredes del bol o en el caso de amasar a mano no se nos pegue prácticamente nada a los dedos.
Haremos una bola con la masa, la metemos en un bol untado con aceite y cubrimos con papel film para llevar a la nevera durante una hora.
Pasado el tiempo de levado, sacamos la masa de la nevera y dividimos en trozos de 60 gr. aproximadamente.
Damos forma a cada una de las bolas y colocamos sobre una bandeja untada con aceite. Cubrir con papel film al que también habremos impregnado de aceite. Metemos de nuevo a la nevera y dejamos reposar 30 minutos más.
Una vez pasado el tiempo de reposo, ponemos aceite a calentar y vamos friendo hasta dorar por las dos caras. Sacamos sobre papel absorbente. Una vez frías rellenamos con la crema elegida (yo he utilizado una boquilla de relleno) y pasamos por azúcar hasta cubrir.
Animaros con este tipo de masas, lejos de lo complicado que pueda parecer, no lo es, lo más importante es respetar los tiempos de reposo, por lo demás no es más trabajo que el que nos pueda suponer elaborar cualquier otro dulce, sin embargo dan una satisfacción tremenda una vez finalizadas, sino probarlo y me contáis.
Ahora vamos con nuestro relato.
El regreso a casa siempre me aporta una agradable sensación de placidez. Reencontrarse con los viejos objetos conocidos, tantas veces manipulados, transmite confianza en nuestros gestos; en cierto modo nos libera del excesivo cuidado en casa ajena, de los plomizos pasos con que nos movemos en ámbitos extraños. Luego está el olor que impregna de modo peculiar cada rincón. Apenas perceptible en lo cotidiano, cuando pasan las vacaciones, hinchamos nuestros pulmones del olor familiar de nuestra gente. Los niños se han mostrado exultantes con mi regreso y me han conminado a partir raudos al encuentro del abuelo, hoy cumple años, y ello supone un enorme momento de felicidad para todos en casa. En el pasado le escuché hablar de sus propios ancestros, tan lejanos en el tiempo que parecen seres irreales, pero quienes dejaron su huella en la memoria de mi padre. ¿Quién dejará su huella en mí; esa huella que se suaviza hasta perderse en los recovecos de la mente haciéndonos perder los detalles de lo que fue?. Quiero creer que mis hijos guardarán con entusiasmo cada momento feliz que pasaron con ellos y que el paso del tiempo no impedirá que sus juegos, enseñanzas, sus entregas voluntarias, caigan en saco roto, como no cayeron las de aquella abuela que llegué a conocer, encorvada y gastada, de oídos sordos y mirada entelada. Entreveo en sueños mi figura ausente y no puedo concebir la impronta que quedará tras mi fugaz paso por la vida, ese minúsculo momento que como un chispazo surca los años a la velocidad del vértigo.
Le observo mientras juega con los niños. Asoman las arrugas a su rostro y sus canas se extienden por doquier, pero es tan feliz que debo perdonarle que los años también pasen para él. Acurrucados a su vera, oyéndole reír recobro el ánimo algo maltrecho desde que dejé Londres. Con Carlota de excedencia y James convaleciente pero recuperándose, vuelvo al nido con el impagable valor de la vida. Y aquí, mis progenitores se deleitan con las nuevas generaciones que irrumpen con fuerza, que les piden sitio, como a nosotros mismos, para hacerse un hueco en este mundo hostil que les dejamos y del que apenas tienen consciencia. Pasarán las épocas, como en todo tiempo y el viento se llevará tantos recuerdos como granos de arena en el desierto. Es por ello importante un legado, por ínfimo que sea, que tenga un especial significado para quienes quedan. Me lo recuerda Victoria en su última carta, en su postrer legado, durmiendo anónimo en el anaquel de una librería olvidada del viejo Londres, hasta que alguien la rescató, la devolvió a la vida, y se hizo tan presente como nosotros mismos.
Querido Andrew:
Viendo crecer a los chicos a tal velocidad, me paro un momento a pensar. Creo que no sabes demasiado de mi familia, aquella a la que apenas llegué a conocer. Padre muerto en la mina en los prolegómenos de mi existencia y madre exhausta por el mucho trabajar y la poca recompensa en mis primeros años. Su muerte en mi temprana edad me dejó huérfana de recuerdos y entregada a una abuela, Emilia, de la que extraje mi poca sapiencia y su mucha paciencia. Pesa a sus achaques, a su viudedad temprana, como tantas mujeres jóvenes dejadas sin amparo por epidemias, accidentes, esfuerzos inhumanos, su único afán fue servirme y adorarme; entregó su vida sin ambages a construir la mía, con absoluta dedicación, abandonando su futuro para observar el mío. Ya en mi mocedad, cuando pude valerme por mis medios, siendo hacendosa y diligente, aprendiendo el oficio que me da el sustento, una lumbalgia la postró en la cama. Fueron tiempos duros de trabajo en casa y fuera, de sostener su ánimo y su cuerpo cada vez más enflaquecido. Con sus aseos y sus comidas se me iban los días, y a ella la veía ajarse a ojos vista, consumida como un cigarrillo en el cenicero, tornándose cenizas. Su final coincidió con mi ansia por huir de aquella tierra áspera y umbría, de terruños resecos y macilentos granos, de piedra austera y sol inclemente. Apenas la dejé bajo tierra; enlutada a mis pocos años, con la lágrima prendida en mis mejillas, reuní lo que de valor pude, malvendí lo poco que quedaba, y con un pañuelo ocultando mi melena, unos pocos trapos en una maleta vieja y más sueños que cabeza, tomé el camino a la estación, esperando ver silbar el vapor del tren que partiese a la capital; y de allí a Londres, donde llegué para servir. Del resto ya tienes noticia. Mi rebeldía me condujo a la independencia y al pesado trabajo con la masa y los dulces; hasta el día que entraste en mi obrador, vestido de domingo, desafiando al mundo en tu arrogancia de joven presumido. Te quedaste sin sonrisa al verme aparecer del fondo de la tienda, cargada de pan recién horneado, sudorosa por el calor del horno y el volumen de la carga. Cuando te ofreciste a ayudarme sin tener en cuenta la posibilidad de arruinar tu vestimenta, supe que había encontrado al hombre de mi vida y tan sólo un cataclismo podría separarnos. Llegó el cataclismo en forma de guerra insolente
y me dejó sin tu presencia; pero ¿separarnos? Nunca. Nos mantendremos firmes para construir un futuro que mejore este presente, para forjar un destino para nuestros hijos que nos permita dejarles un presente, para que nuestra huella sea indeleble en su memoria. Nuestra madre fue así o asá, nuestro padre de esta otra manera. Un pequeño gesto, una mirada al pasado, cualquier cosa contentará mi deseo de permanecer viva aún después de muerta. No he podido sustraerme a la melancolía, estamos tan llenos de nostalgia en nuestra casa, huérfanos Suri y Julen, huérfana yo misma, todos viviendo del recuerdo, de aquel que se mitiga, que se extingue, y nada podemos hacer sino amar los posos que dejaron para hacerlos memoria viva de nuestras míseras vidas. Tuyos a pesar del mundo, Victoria, a 03 de febrero de 1943.
Se pasa el día pegada al móvil, anhelando una llamada que la saque del sopor provocado por el cuidado del enfermo. Sus días son extremadamente largos carente de conversación, así que Carlota vaga por las estancias de James reconstruyendo un pasado a golpe de fotografías entre estantes llenos de libros, objetos de viajes remotos y sobres con facturas sin abrir. No encuentra aquella en la que descubrió a Suri con el abuelo James; ello la preocupa y busca con ansiedad entre otras instantáneas. En una de ellas, el abuelo sujeta en su regazo una niña pequeña de largos tirabuzones, con vestido blanco, blancos zapatos y una cinta de encaje rodeando su muñeca. Pese a ser en tonos grises se adivina una piel blanca y fina, una mirada alegre y un desenfadado gesto. Tiene los ojos claros y el cabello rubio; sujeta su cintura la mano del abuelo, con suavidad, como cojería una muñeca de porcelana. Sin duda se trata de la madre de James, de la que Carlota apenas sabe nada. Y al observarla de cerca, no puede evitar sentir un escalofrío. Esa mirada nítida, los claros cabellos, la fragilidad de su pequeño cuerpo, le recuerda a alguien sobre quien escribió Victoria. Son imágenes que se superponen con edades distintas. Tiene dudas y quiere resolverlas. Cuando me lo comunica no puede evitar sumirme en la inquietud. Me deja acalorada y llena de sospechas, pero no resuelve nada. Cuelgo y vuelvo a inspeccionar las cartas de Victoria. Quizás nos de más pistas que traigan la certeza que me intimida. Pero esa, es otra historia.
No me puedes hacer esto!!!!! Yo estoy en plan mental de volver a las ensaladas, de hecho mi post de hoy es un Salad Bar con sus recetas.
ResponderEliminarY tu publicas mi Mayor Debilidad!!! Las Berlinesas!!! Eso si, con Dulce de leche!
Me como el monitorrr Qué fotazasss
A ver si lo puedo superar, y no caigo en la tentación..
besoss
Mica
Podrias hacer el favor de mandarma una docena por correo jejeje!!! Estoy con el horno encendido por motivos de fuerza mayor y siento que no puedo mas con el calor, pero esto no se va a quedar asi, sin hacer... Me encantan las berlinas rellenas y el chocolate me pierde y tienen una pinta que babeo aquí delante del monitor! Te has salido con la receta y las fotos! Un beso, Mara :)
ResponderEliminarQué bollitos más ricos..., se ven muy esponjosos y tiernos.
ResponderEliminarEstas berlinas con ese relleno de nocilla son un auténtico pecado para adictas al chocolate como nosotras.
Gracias por la receta y el relato.
Besos.
Pero que pinta tienen estas berlinesas Ángeles!!!
ResponderEliminarTe han quedado geniales y las fotos... dan ganas de coger una...
Gracias por compartir.
Un abrazo,
María
Hola, no conocía tu blog y me ha encantado. Estas berlinas tienen una pinta estupenda y la idea de compartirlas con los que mas quieres es genial.
ResponderEliminarEl relato me ha encantado
Besos
Qué pinta más deliciosa Ángeles¡
ResponderEliminarEsas meriendas en familia son de los mejores momentos que uno puede pasar, verdad?
Me ha encantado tu receta, a ver si encuentro la ocasión para hacerla.
besos
La verdad es que es genial abrir el buzón y en vez de encontrarte propaganda, facturas, papeles del banco ....encontrarte cosas tan bonitas como estas postales¡
ResponderEliminarbesos
Que delicia. Tienen que estar riquísimas. Me encanta tu receta !!!!!!!!!
ResponderEliminarUn besazo
Vaya delicia, estoy deseando probarlas!!!
ResponderEliminarUmmm irresistibles!!! las tengo pendientes. besos
ResponderEliminarmuchas gracias por visitar mi blog!
ResponderEliminarsi que me dio rabia y mucha, pero bueno algunas se salvaron pero al fin y al cabo se las comieron todas jeje
Me ha encantado tu blog y las berlinas tienen una pinta...
me quedo por tu blog, un abrazo, Raul.
Tienen una pinta estupenda. Me apunto tu receta porque tienen que estar de muerteeee.
ResponderEliminarComo siempre, espectacular!!!. Besos no ya tan lejanos…
ResponderEliminarVir
Madre mia que buenas y además con ese relleno nadie se resiste, yo que soy tan chocolatera se me cae la babilla....uff. un besito MAr
ResponderEliminarQué pena no tener una berlinesa a mano ni de chocolate, ni de crema. Aquí estoy con una triste galleta. Bueno te dejo que voy con la carta a Andrew. Besooos http://40ytantas.blogspot.com
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita y por quedarte por mi blog, por aquí me tienes a mi también. Por cierto, vaya pintaza tienen esas berlinas. Me pido dos, una para ahora y otra para la merienda. Seguro que tus abuelos y demás familiares quedaron mas que encantados.
ResponderEliminarUn saludo enorme de Un bocado de cielo
Bueno Ángeles... esto no se hace. Estamos todas intentando entrar con dignidad en el bikini y vas tu y preparas y nos enseñas esta tentación!!! Socorro!!! Por cierto te han quedado de maravilla! Smuak
ResponderEliminarTus Berlinesas tienen vida propia, como todas las recetas que compartes.
ResponderEliminarY el relato me remonto a mi niñez, cuando nos vestiamos de domingo!!!
Lastima que con la vida rapida que llevamos hoy, quedaron atras esa y otras tradiciones no?
Que intriga me crearon.... Quien esta en la foto?????
Besitos!!!!