No puedo por menos que recordar, cuando se acerca mayo, aquellos años felices de la infancia en que los niños acudíamos a la iglesia, muchos por primera vez, para hacer la primera comunión. Ahora, desde la madurez, y después de haber pasado por ello con mi hijo, veo a Alejandro, con su americana y corbata preparado para disfrutar de un día inolvidable, y no dejo de sentir esa tierna emoción que me embargó hace tanto tiempo, y que él, aún sin saberlo, sentirá un domingo del mes que viene. Dulces, comilonas, los compañeros unidos en la celebración. Guarda en tu interior este momento, y cuando peines canas, echa la vista atrás en busca de momentos felices; porque entre ellos, estará tu comunión. A nosotros sólo nos queda desearte un día inolvidable lleno de cosas maravillosas.
La receta de la masa la podéis ver aquí y la de la glasa aquí.
Antes de proseguir con el relato, y para aquellos que se incorporan y no saben de qué va esto, les invito a pasarse por la pestaña de Lady Victoria y que retomen la novela desde el principio a fin de poderla seguir en integridad. Hoy, empieza así:
Mientras yo me instalo en la rutina, Carlota continúa con su aventura londinense. Ando algo preocupada por su escasez de noticias, pues hace ya unos días que no sé nada de ella. No he querido perturbarla pues de sobras sé que si todo marcha bien estará demasiado ocupada como para atenderme. No obstante, no puedo dejar de pensar qué estará haciendo y los mensajes salen de mi móvil en busca de respuestas que no llegan. Al fin, al filo de la medianoche, en el sereno silencio de mi habitación, un pequeño pitido la hace presente. Todo va bien aunque tiene que contarme algunas novedades. Por el momento poco puede decir, hay que esperar a la mañana. No indago en sus intimidades.
Aguardo impaciente durmiendo a intervalos, sin colciliar profundamente el sueño. Cuando suena el teléfono salto de la silla donde he desayunado y contesto con rapidez. James es un amor. Puro encanto en un traje de Armani. Sin embargo, la inquieta. Ha recibido varias llamadas que contesta en privacidad y de las que no le da cuenta. Ella no se inmiscuye aunque le corroe la curiosidad. No obstante, afinando el oído ha podido escuchar el nombre de Suri, nítidamente. Con maestría ha cambiado el registro. Son sólo cosas del trabajo. En su ausencia, Carlota se desplaza al hotel, que no ha dejado. Comen, cenan, alguna copa a la salida de su trabajo. Y en la noche, los envuelve el ímpetu de la novedad y del deseo. Pero Carlota es mucha Carlota y rastrea en los cajones de la cómoda en busca de indicios hasta que da con una carpeta que contiene viejas fotografías. Entre otras de sus padres, aparecen varias de su abuelo. Un tipo agraciado de buena planta, robusto, serio. En alguna aparece junto a Suri, ella sí sonriente. Cuando se las muestra a James, éste se pone lívido, se sirve una copa y se sienta junto a ella.
Habla taimado: “No te voy a engañar, Suri tuvo un apasionado romance con mi abuelo. Fue algo efímero pero intenso. A su regreso de la campiña y tras mucha insistencia venció la resistencia de la muchacha que había conocido años antes. Ella estaba hecha una preciosa mujer que ayudaba a Victoria y a Annie en cuanto podía sentirse útil. Era una más de la familia. Pero entonces todo se complicó; la guerra dejó un poso de rechazo a cuanto sonase a judío y lo que pudo ser se quedó en una simple aventura. No hubo consecuencias, cada uno siguió con su vida; pero para los que supimos lo que ocurrió nos llenó de vergüenza. Los prejuicios vencieron al amor y ya nunca pudieron mirarse a los ojos. Mi abuelo se tornó huraño y bebedor; maltrató durante años a una mujer que lo soportó con resignación, hasta que años después, ella hizo una maleta, cogió un barco y dio con sus huesos en Lisboa. Dejó a sus hijos criados e independientes, pero también un vacío enorme con su marcha. Nunca más supimos de ella ni pudimos llorar su pérdida. El abuelo entró en un bucle de violencia y embriaguez que le perseguiría de por vida. Todo eso lo trajo ese amor adolescente que él intentó ocultar, que intentó ocultar mi padre y que yo te he ocultado”.
James se derrumbó, el vivo recuerdo de sus ancestros lo sumió en un dolor insoportable. Le consoló como pudo, le quitó importancia al asunto y lo dejó estar. Carlota vió a la abuela de James en fotografías sepia, con un tinte de tristeza y apatía y a su abuelo, enérgico y furibundo. En el fondo agradecí que Suri no acabase con él, quien sabe cuanto sufrimiento hubiese añadido a su bagaje.
En cierto modo me entristeció escuchar a Carlota. Las vidas rotas que se multiplicaron por efecto de la guerra me causó una honda inquietud y recordé la llegada de Suri, inocente y desvalida, a tierra desconocida, a personas ajenas, a una casa que no era la suya; y me apiadé de ella haciéndola más mía. El final de la conversación me devolvió a la realidad. Era todavía media mañana y tenía que recuperar la lectura de Victoria. Así lo hice:
Querido Andrew:
Hemos vuelto a casa. Londres es una ciudad enferma. Hemos recogido algunas pertenencias y las hemos metido en unas pocas maletas y bolsas que constituirán nuestro equipaje nocturno. Por las noches abandonamos la casa, cerramos a cal y canto las ventanas y las puertas, apagamos cualquier atisbo de luz y nos sumergimos en el submundo que palpita bajo las calles. Un universo de hormigas que se afanan en mantener el ánimo confortado y en no descuidar sus quehaceres cotidianos. La tahona sigue en marcha; por supuesto con un ritmo cadencioso y triste, pero el pan sigue llegando a quienes todavía se mantienen vivos. La señora Watson ha muerto. Se encontraba en los muelles de Surrey la noche del bombardeo y supongo que no pudo huir, sus restos se encontraron bajo los escombros, con las manos protegiendo su nuca y en actitud orante. He llorado a lágrima viva y no he podido contenerme al llegar a una iglesia abarrotada de feligreses implorantes que velan numerosos cadáveres de amigos y familiares. Apenas queda consuelo. Una buena mujer yaciendo entre montañas de ladrillos y conservas en una fábrica del Wapping. Las bombas se han llevado los muelles, los mercantes han sido hundidos en su mayor parte y los que todavía flotan presentan daños que los hacen inservibles. El humo de las factorías se ha apagado, tan sólo queda en pie la industria armamentística.
Las noticias intentan elevar el ánimo, Churchill se pasea por el barrio con cara de circunstancias intentando confortar al poco público que honra las calles. Va rodeado de sus acólitos, pero se desmarca de ellos para acariciar a un niño o besar a una anciana. Por dentro llevará su penitencia. Sigue en conversaciones con el gobierno americano y al menos ha obtenido garantía de suministro de armas, hasta ahora vetado; los americanos se van implicando y puede cambiar el rumbo de los acontecimientos. Los bomberos no dan abasto, grandes brigadas hacen ulular sus sirenas de día y de noche jugándose la piel intentando eludir la suerte de un fuego que todo lo arrasa; apagan edificios que ya son ruinas cuando llegan y que cuando exhaustos se marchan, sólo son un amasijo de hierros y tierra tumefacta. Pegados a las emisoras noctámbulas, nos arremolinamos frente a las radios que en Shadwell nos mantiene en vilo. Son noticias fragmentadas, edulcoradas, no hablan de muertos ni heridos, sino de héroes y aparatos derribados por nuestras fuerzas, los Heinkell He 111 se han difuminado en el espacio aéreo. Y sin embargo, cada noche, como moscas a la miel, aparecen zumbando ensordecedoramente sobre nuestras cabezas para dejar caer su mierda sobre una ciudad rota. Cuán difícil se hace tornar cada mañana al tajo después de otra noche en vela; apenas comidos, saneados míseramente, oliendo a sudor y tristeza, ausentes los queridos que yacen o se alejan, y coger el cubo y la pala, la escoba y el badil, el rodillo y la tabla, y faenar como si nada ocurriese, esperando a la noche que rauda se presenta a cobrar un nuevo peaje. Y en las emisoras, una suerte de ensalzamiento para que no decaiga la moral, números vacíos en un parte donde no hay nombres ni apellidos, como el de la sra. Watson, a la que María del Carmen echará de menos y sobre la que no sé todavía qué le contaré.
No obstante, aún quedan escenas para el recuerdo. He pasado por Holland House, la librería y entre sus escombros, a cielo raso, sin cubiertas ni techumbre, con sombrero y traje, varios transeúntes examinan los lomos de los libros en las estanterías. Un adolescente lee sentado sobre un escritorio desvencijado, destripadas las historias de un lugar en el olvido. No le perturba nuestra presencia, ni tan siquera eleva su mirada absorto en su lectura. Admiro su abstracción y aún su mueca de auténtica emoción. El mundo hostil que le rodea no ha podido derribar el muro de su imaginación. ¿Quedará acaso espacio para la inocencia después de tanto horror? Él es el bastión que así lo indica. Le deseo una larga vida y una dicha plena. Entonces alza los ojos y un destello eclipsa mi mirada, esboza una sonrisa, roza con su palma mi pómulo y regresa a su lectura. Hoy dormirá entre otros huérfanos de morada, cabeza contra cabeza, como caracoles llevándose la casa, sus domésticos enseres, las almohadas y las mantas, cucharas, vasos y perolas y guardará silencio cuando silbe el viento del este como huracán de bombas cubriendo el firmamento. Te he visto en él, tan inocente, que un temblor ha sacudido mis entrañas. A él no lo volveré a ver, ¿y a ti? Te quiere en la distancia, Victoria, a 10 de septiembre de 1940
Muchas gracias, seguro que será un dia inolvidable y disfrutando de tus galletas la mejor forma de que estés presente. Ya sabes que para mi siempre serás mi Tita...Besos.ALEJANDRO.
ResponderEliminarQue día tan bonito, tanto si eres niño como cuando son tus propios hijos los que pasan por él.
ResponderEliminarLas galletas son una auténtica monada…
Sigo con el relato mientra me como una de esas deliciosas galletas...
ResponderEliminarBesos
Raquel
http://raqueljimenezbisuteria.blogspot.com.es/
Que bonitas te han quedado. Espero que disfrutéis mucho el día de la comunión.
ResponderEliminarBesos
Qué preciosas! Me parece muy buena idea, mejor que los típicos regalitos que se suelen dar en las comuniones... Muac
ResponderEliminarya dicen... "no news, good news" preciosas galletas :D
ResponderEliminarHe cambiado el dominio de mi blog, ahora estoy en thesugarpalace.blogspot.com
Besooootes!
Ángeles, las galletas preciosas!!
ResponderEliminarYo estoy liada con unos encargos que tengo de Comuniones, pero lo mio es cartonaje y papelería, tus galletas son un detalle muy bonito para una Comunión.
Un abrazo,
María
P.D. Gracias por tu comentario sobre mis cambios ;)
Muy bonitas, y las corbatitas me han encantado. Un beso
ResponderEliminarSon una monada! Son tan bonitas que hasta tiene que dar pena comérselas. Un beso y feliz semana!!!!!!
ResponderEliminar¡Son comestibles! las galletas. Yo me he tenido que pasar por Lady Victoria. Muchos besos
ResponderEliminarHola Ángeles, ¡qué ilusión tu visita! Besos
ResponderEliminarHola Ángeles!!!Pero que galletas más bonitas nos traes siempre,me encantan!
ResponderEliminarUn beso!
Noemi de Merengue y Frambuesa