Cuando una gran amiga te pide que pongas tu imaginación y tu esfuerzo a su servicio, te entregas con devoción. Así lo hice cuando me sugirieron realizar unas figuras de baturros para regalar a seres queridos, que tanto estando cerca de la capital maña, como lejos, gustan de una festividad tan importante. El resultado me pareció muy satisfactorio y gratificante.
Y así, no hay temporada en que no improvise nuevos atuendos, pañuelos o chalecos para tan graciosas galletas. Espero que os gusten tanto como a nosotros.
Y así, no hay temporada en que no improvise nuevos atuendos, pañuelos o chalecos para tan graciosas galletas. Espero que os gusten tanto como a nosotros.
La receta de la masa la tenéis aquí y la de la glasa aquí.
El
bochorno y las tormentas se suceden a partes iguales. Todavía no ha
entrado el verano y ya la primavera muestra unos rigores difíciles
de soportar. Sin embargo, algo se mueve en nuestro interior. Con
estos calores la sangre nos hierve al despojarnos de los abrigos y
chaquetas. Viene el tiempo de la desinhibición, de otorgarle a la
naturaleza su lugar: adornamos de flores los jardines, estampamos
nuestra ropa e incluso nos descubrimos la sonrisa sin venir a cuento.
Volvemos a descubrir nuestra femineidad y masculinidad adormecidas.
Reverdece el espacio que nos rodea y la luz da nitidez donde antes
sólo había tinieblas. Los colores cubren con su extensa paleta un
mundo nuevo, rejuvenecido. ¿A qué viene esto os preguntaréis? Pues
os lo voy a contar:
Carlota
se encontraba en Londres de fin de semana, ahora aprovecha cualquier
ocasión para salir a la carrera para encontrarse con su amado James.
Hace bien, pues no tiene ligaduras que la amarren a un puerto sórdido
y rutinario. No es que envidie su proceder, pero algo subyace bajo mi
cínica sonrisa cuando la conduzco al aeropuerto, con lo puesto y un
ligero trolley como único equipaje. Agitando la mano absurdamente
desde los amplios ventales del aeropuerto, - de sobras sé que su
vista andará perdida entre las nubes en cuanto separe las ruedas de
la pista-, la veo partir: eufórica, llena de emoción, vitalista y
segura. Y sin darme cuenta pongo mi mano sobre mi pequeño bolso,
acaricio su piel como a un pequeño cachorro y de reojo observo en su
ligera abertura las envejecidas hojas del libro de Victoria. En la
misma cafetería del aeropuerto, con un puñado de clientes
diseminados por las mesas sin recoger, pido un martini con una
aceituna y me siento tranquila a leer la siguiente carta:
Querido Andrew:
¿Qué puedo decirte
tras tu partida? ¿Qué contarte de esos pocos días que permanecimos
juntos? Al menos te llevas el sabor de mi piel en tus labios. Durante
algunos días recordarás con pasión la tibieza de mi cuerpo, el
olor de mi pelo y el tacto de mis manos. Me has dejado más sola que
antes, con tu aroma en mis sábanas y tus huellas horadando mis
muslos. He recobrado mi capacidad de llorar; asomada a la ventana de
la cocina te he visto subir al coche que te ha recogido. No te has
vuelto. ¿Por vergüenza? ¿ Por miedo a no poder partir? Sea como
sea, he visto la estela perdiéndose en la distancia, enhebrada en la
maraña de una circulación densa. No he tenido fuerzas ni para
gritar tu nombre, ni para alzar la mano. Tumbada en la cama durante
un rato he recobrado la compostura y he recordado estos días
contigo. ¡Qué gran felicidad me ha embargado! Desde el mismo
instante en que te vi parado en el dintel de la puerta, con tu fino
traje gris, tu sombrero ladeado, los zapatos mal acordonados y una
corbata descolorida, la vida volvió a inundarme. Me hubiese
desmayado en tus brazos, fundida en un beso del que no quise
desprenderme, aferrada a tí como a un salvavidas en medio del
océano. Desapareció el mundo y la guerra. Por un momento se detuvo
el tiempo y fuimos dos adolescentes en el cenit de su pasión. Y
poco a poco, ese tic tac que me hizo soltar amarras, que envolvió la
realidad de un tiempo en blanco y negro, del que surgieron los seres
que nos aman. Nuestra María del Carmen, tan perpleja como yo misma,
mirándome con gesto extraño mientras te presentaba como su padre; y
ese beso dulce y tierno que le dedicaste. Nuestro adoptado Julen, que
se acercó a estrecharte la mano dubitativo y cabizbajo y al que
correspondiste con un abrazo efusivo y vigoroso. Mi querida Annie, en
cuya sonrisa encontraste ecos del pasado y a la que de nuevo
agradeciste su tesón y dedicación. Y a Suri, esa frágil muchacha
surgida de las sombras de una Europa por la que volveré a perderte,
y a la que dedicaste tu lado más paternal. Todos en el centro de una
estancia que se estaba quedando pequeña por momentos, un fotograma
inaudito y personal, puesto en movimiento por el vaivén del reloj.
Esa primera noche nos
quedamos solos con María del Carmen; Annie se encargó de que así
fuese, una vez dormida la pequeña. Te quedaste con ella mientras
salía a la carrera para hacerme presentable. Annie me prestó el
brassiere que me quitaste con delectación, te ensuciaste las manos
con el tinte de mis piernas y con suavidad me desprendiste de la ropa
que con tanto esfuerzo me procuré. Afuera sonaban las sirenas,
rugían los motores en el aire y silbaban los cañonazos en las
terrazas anexas. Pero yo nada oí. Sólo tu respiración agitada
pegada a mis oídos, tus susurrantes palabras acariciando mis labios
en besos eternos, tus dedos hurgando en mi alba carne. ¡Fue tan
fugaz el tiempo en esa noche! Quise detenerla cerrando los ojos con
fuerza, apurando cada sorbo de aire en las tinieblas de una casa en
penumbra iluminada por los fulgores de las vecinas bombas estallando
en calles adyacentes. Desdeñando la vida; entregados en un frenesí
que se prolongó durante horas y del que exhausta me levanté por la
mañana. Mi sonrisa era radiante, mi cuerpo recién lavado temblando
de emoción a cada paso; mi interior sacudido por descargas de
placer. Y así continuó el mundo girando sin desmayo. A ese primer
encuentro siguieron otros en noches sucesivas en las que abandoné el
pudor y me entregué sin reservas hasta cotas de felicidad sin
límite. Tan apenas recuerdo las palabras, sólo quedan las
sensaciones flotando en el ambiente. Annie lo percibió con fina
cortesía, puso su mano en mi desnudo brazo y soltó una enorme
carcajada que me hizo enrojecer de inmediato. Ahora puedo contártelo
porque estás lejos, ya no afronto la timidez de tu presencia El
resto lo conoces. Formamos una familia variopinta a la que te has
adaptado con rapidez, sin duda sabedor de que tu partida te liberará
del arduo trabajo de su mantenimiento. Has prometido ayudarnos a
cubrir nuestras necesidades. Pero, ¿y las mías? ¿y la necesidad de
tenerte cada noche para no amarte en la distancia? Disculpa mi enojo,
corren tiempos convulsos y la pasión ciega mi entendimiento. Lloro,
lloro y lloro tu ausencia, pero te amo, como jamás volvería a creer
hacerlo. Tuya en la distancia. Victoria, a 12 de octubre de 1941.
El
martini apenas me ha durado dos sorbos. La he leído de tirón y casi
sin respirar, agitada por una intimidad que no esperaba discernir
entre sus líneas. Descubrir un mundo de pasión en fechas tan
comprometidas me ha llenado de zozobra. Ciertamente el amor siguió
triunfando sobre la sordidez de la guerra; los furtivos encuentros,
los besos robados al destino, las caricias en los subterfugios de la
razón, todo ello perduraría pese a lo imponderable; pero no por
ello dejo de pensar qué ajeno mi entender a lo que aconteció en el
fragor de la lucha. Al fin y al cabo, un hombre y una mujer, con las
pulsaciones a cien tras tanto sufrimiento, recobrando un tiempo que
ya no volverá. No puedo por menos que evocar a Carlota, y observando
el cielo azul sobre el árido horizonte, imagino su encuentro con
James; ambos fuertes y maduros, trazando sobre cuerpos desnudos la
tiranía de sus deseos.
Sobre
las finas sábanas de algodón dos cuerpos descansan en la aurora.
James duerme profundamente cruzando un brazo sobre el pecho de
Carlota; ella se desliza bajo su cuerpo y desnuda atraviesa la
habitación hacia la terraza que da a la calle. Entre los visillos la
ciudad emerge al nuevo día. Carlota enciende un pitillo y abre la
ventana. Allá a lo lejos, al otro lado de Tower Brigde, por el
camino por el que discurre plácido el Támesis una voz la llama en
sintonía. Victoria es su gemela, pero Carlota no lo sabe. Yo sí,
pero hoy me callo, sacudida por una envidia pasajera.
Te han quedado fenomenal!
ResponderEliminarSon chulisimas!
A mi prima le encantaron,es un regalo muy original,muchas gracias por darnos tantas ideas para regalar,besitos.
ResponderEliminarQue virguería!!! Hasta corona tiene la virgen.
ResponderEliminarBuen fin de semana
Pero que bonitas Ángeles!!!
ResponderEliminarTe han quedado geniales con todos sus detalles cuidados.
Me tengo que poner al día con tu relato....estoy muy liada últimamente y no había pasado a visitarte....pssss.
Un abrazo,
María
Preciosas!!!!
ResponderEliminarFicou LINDO D+
ResponderEliminarTenha um Bom Fim de Semana :0)
Beijos Márcia (Rio de Janeiro - Brasil)
http://decolherpracolher.blogspot.com
Realmente han sido todo un exito querida Angeles.
ResponderEliminarUn beso.
Rosa.
Qué monas Ángeles, por favor, me han encantado. Un besico.
ResponderEliminarAngeles, hermoso ramo de rosas! Me lo quedo de regalo x el dia de la madre!! Ya que mis hijos me celebran en octubre x ser Argentinos y yo en Mayo x ser Chilena! Que lio!
ResponderEliminarHermosa historia, ya extrañaba la intimidad de sus cartas!!
Bienvenidas!
Cariños ,
Angeles
¡Las galletas son geniales!! Te han quedado super auténticas.
ResponderEliminar¡Qué carta de Victoria! Esa mezcla entre impotencia, enfado y anhelo es una bomba de emociones. He cotenido las lágrimas al leerla. ¡Qué injusticia todos los distanciamientos entre hombres y mujeres a causa de una guerra! Y nosotros sufrimos cuando nuestra pareja se ausenta 4 días por trabajo. ¡Nuestros antepasados sí que saben lo que era sufrir!
No me canso de decirlo: la redacción es impecable!! Gracias por deleitarnos.
Un beso enorme,
Arantxa
!!!!Hola!!! preciosas , dara pena comerselas .gracias por enseñarnos estas recetas tan ricas y originales Besos desde León ..Olga
ResponderEliminarQue buena pinta tienen!!
ResponderEliminarUn abrazo.
Están genial ¡ Besos
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarHe llegado aquí gracias al comentario que has dejado mi blog! Qué alegría ver esa galleta de la virgen del Pilar! jaja
No soy muy devota, pero mi madre me llamó así porque le pidió una cosa a la virgen y se la cumplió :)
Me gusta un montón también que escribas un relato aunque, si no me equivoco, voy a tener que leer un montón las publicaciones anteriores para ponerme al día!
Un beso!
En dos palabras, las galletas im-prezionantes. Me encantan. Del relato ya no digo nada. Emocionante, entrañable, doloroso, un cúmulo tremendo de sensaciones y yo últimamente no puedo reprimir una lágrima futiva y el nudo en la garganta. Besos tu prima Mariangeles
ResponderEliminarVaya cucada, artista!
ResponderEliminarHe disfrutado con tus últimos posts... y no se con qué quedarme... si con las rosquillas, las galletitas de bebé, la tarta de queso... bueno si lo tengo claro... con los baturricos. Qué cosa tan bonísima!!! Eres una artista! Besos
ResponderEliminarMadremia, siempre que vengo por aquí me dejas con la boca abierta! Vaya maravilla de galletas preparas!
ResponderEliminarBesos dulces!
¡Hay que me has hecho llorar con la carta! Mientras la leía he tenido que parar e irme a por unas galletas. ¡Claro! no como las tuyas. Me quedo con la Virgen del Pilar ¿adivinas por qué? El post ha sido precioso. Besooos
ResponderEliminarqué curradas y logradas!
ResponderEliminar