De cómo he acabado en París es una historia de circunstancias, vinculada a los acontecimientos ocurridos en los días pasados. El caso es que tras la última entrada de Lady Victoria en el blog, tuve un comentario inusitado. Un lector asiduo me informa de que en sus manos tiene una carta fechada en 1938 de un tal Andrew Fellman. Sí, Andrew, como lo oís. Y dirigida a una residente en Londres de nombre Victoria. Al parecer, entre las páginas de un libro de registros de la provincia de Albacete que consultaba para su tesis doctoral, apareció un texto escrito a mano, sin demasiados datos relevantes pero cargado de emoción, de alguien que luchó en la Guerra Civil española y que pretendía comunicarse con las islas.
Ni que decir tiene que me dió un vuelco el corazón. ¡Sin duda era mi Andrew!. Si fue el destino o la casualidad ahora carece de importancia, sólo la tiene el hecho de que podía contestar algunas de las preguntas que Victoria venía dejando en el aire con sus misivas, si como parecía, la veracidad de su identidad quedaba atestiguada. Inmediatamente le pedí me remitiese la carta por correo electrónico a fin de leerla, a lo que accedió de buen grado. Y tras pedirle su nombre y teléfono, me dispuse a leer lo siguiente.
Aunque antes, vamos con la receta.
Esta receta me gusta especialmente, son unas pastas típicas de Salamanca y Extremadura, y las recetas varían en cada casa. Mi preferida sin duda, esta, así las hacían en el pueblo de mi madre, Retortillo, y así, las seguimos haciendo en casa.
Ingredientes:
-250 gr manteca de cerdo (a temperatura ambiente)
-250 gr azúcar
-125 ml de aceite de girasol
-3 huevos medianos
-375 gr harina (puede variar)
-1 cucharadita de levadura en polvo
-ralladura de un limón
Mezclamos la manteca con el azúcar hasta que esté integrada. Añadimos 2 huevos enteros y una yema y seguimos mezclando. Reservamos la clara no utilizada y la batimos a punto de nieve. Ahora el aceite y por último la harina junto con la levadura tamizadas. Seguimos mezclando hasta que todo quede perfectamente integrado y hayamos obtenido una masa blanda, pero manejable. Si hace falta un poco mas de harina es el momento de añadirla.
Hacemos bolas del tamaño de una pelota de pin pon, y con el dedo, marcamos en el centro de la pelota un hueco, donde colocaremos un poco de la clara de huevo montada. Ponemos azúcar en un bol y con un movimiento rápido, echamos nuestra pelota con el montoncito de clara hacia abajo en el azúcar. La retiramos y colocamos en la bandeja del horno. A mi me gusta meter antes la bandeja con las perronillas en la nevera, para evitar que se extiendan demasiado.
Horneamos a 190 grados durante 20 minutos aproximadamente. Solo queda disfrutar.
Querida Victoria:
Desconozco cuántas de mis cartas han llegado a tus manos, pues aunque escribo sin desmayo la situación en el frente no permite albergar muchas esperanzas. Tampoco yo tengo noticias tuyas por el momento, lo que me hace suponer que nada sabes de mí. Me duele pensar que te haya podido causar tanto daño, amor mío, pues con certeza sabes de mi devoción por ti. ¡Tú sabes que tenía que venir! Después de aquella manifestación de fuerza en el East End y del compromiso de todo un pueblo por una causa justa. Nuestra llegada fue una algarabía de júbilo y emociones dispersas. Pocos eran quienes creían que se prolongaría en el tiempo una pelea injusta y pertinaz, y los más pensábamos que todo acabaría pronto. No ha sido así, como bien sabes.
En Albacete, formados en la plaza del Altozano, frente al teatro Capitol, ya nos barruntábamos que la cosa era más seria de lo esperado. Pasamos la instrucción entre fanfarrias y sonrisas;y de repente, nos vimos inmersos en una vorágine de muerte y destrucción por doquier. Los hombres han caído como moscas en cada enfrentamiento y las calles de cada pueblo se tiñen de sangre al paso de las tropas. Son tantos los días de penuria que su paso sólo provoca temor. El quehacer rutinario, el silbido de las balas, los gritos agonizantes, se han convertido en algo cotidiano que va mermando las voluntades y minimizando las escasas fuerzas de los que quedamos.
Apenas sé nada de los que vinimos, de los que formamos la Tom Mann Centuria al mando del comandante Tom Writingham. Nuestro número ha quedado reducido a unos pocos brigadistas huérfanos en tierra extraña. ¿Qué me deparará el destino?
Pero no quiero contagiarte mi amargura, sino anunciarte que sigo vivo, que vivo por ti cada momento por duro que sea y que en lo más recóndito de las trincheras mi amor se fortalece cada día. Sin fuerzas apelo a tu recuerdo y perfilo en mi imaginación tu figura en la tahona, con las mejillas sonrosadas por el horno y las manos enharinadas perfumadas de azahar retirando los mechones de tu rostro. Ahora no puedo ayudarte y espero poder un día solicitar tu perdón. Me postraré de rodillas si vuelvo a verte y te abrazaré compungido, enjuto y avejentado para recibir dichoso una caricia más, la del reencuentro.
Con todo mi amor, Andrew, a diez de octubre de 1937.
Me quedé muerta. También Carlota leyéndola a mi vera. Sin duda era él; había encontrado un hilo del que tirar para reconstruir su pasado. Pero era tan leve. Mi dicha se tornó en congoja. Aquello no podía morir allí, debía seguir sus huellas, desentrañar su pasado. Pero, ¿hacia dónde encaminar mis pasos? Como ángel custodio, mi improvisado amigo me aportó un dato interesante.
Al parecer, y tras la rendición del ejército republicano, las cartas del frente se enviaron a una estafeta de correos situada en la Rue Bleue, número 83 de París, próxima al metro Cadet. Y así, sin pensármelo dos veces, con sólo el equipaje de mano y Carlota de acompañante, aterrizamos en el hotel Havane, llenas de miedos y esperanzas. Quizás mañana sepamos algo más o tal vez nuestro viaje sea en balde. Ahora, estoy agotada, Carlota habla que te habla de las bondades de París, pero yo entrecierro los ojos y sólo puedo escuchar a Victoria que reclama mi ayuda. Allá voy mientras me duermo. Adiós Victoria. Hasta mañana.
ResponderEliminarQue pinta mas buena tienen!!!
Gracias por compartir la receta, a ver si me salen igual que a ti.
Un abrazo
María
Inténtalas María, que son muy fáciles y están riquísimas, a mi me recuerdan al pueblo de mi madre cuando era pequeña. Mmmmm!!
ResponderEliminarMe gustan mucho tus galletas, y ahora que voy a empezar a hacerlas seguiré con mucha atención tu blog.
ResponderEliminarUn beso.
Si quieres visitarme te dejo mi blog.
http://cupcakesmagdalenashistoriadas.blogspot.com.es
Encantada de tenerte por aquí, M. del Carmen, cualquier cosa, si puedo ayudarte, no dudes en preguntarme.
ResponderEliminarBesos
Unos amigos de mis padres de Béjar e las traían cuando yo era pequeña. Qué ricas!!
ResponderEliminarVengo de la fiesta de enlaces.
Me encantan estas galletas! Me apunto la receta ;) Y la entrada me ha parecido preciosa, te seguire bien de cerca, besos
ResponderEliminarGracias Sugar and Pepper, ya veréis que están buenísimas, saben a pueblo de verdad!!. Encantada de teneros por aqui. Un beso!!!
ResponderEliminarMadre mía! Posiblemente es uno de mis dulces preferidos!
ResponderEliminarAún no he visto la entrada que colgaste de la fiesta de enlaces pero esto ¡me ha vuelto loca!
Me voy corriendo a la cocina para sacar la manteca de la nevera y poder prepararlas en un rato.
Muchas gracias por regalarme esta recetita tan apetecible.
Y ahora voy a seguir mirando por tu blog un ratito.
Bueno después de sacar la manteca de la nevera...
Un besote,
Chelo.
Jajaja, como me alegro Chelo, yo he estado años intentando encontrar esta receta y no había manera, porque como cuento en el post recetas hay muchas, pero en mi recuerdo estaba el sabor de estas. Espero que te gusten, en casa nos encantan!!!
EliminarUn beso y me alegra tenerte por aquí
Mi abuela era de Cuidad Rodrigo y éstas eran sus galletas preferidas, a mi me encantan. Es genial que hayas puesto la receta.
ResponderEliminarAl igual que tu abuela, también están entre mis preferidas. Me alegra que te gusten.
EliminarUn beso.