Para quienes vivimos en Zaragoza o en su entorno, la llegada de las fiestas de El Pilar nos hace retroceder a la niñez sin remedio. Todos recordamos el algodón de azúcar y las manzanas de caramelo de las ferias, el ritual de la ofrenda con sus vistosos trajes , el circo y los payasos asociados a esas fechas, los fuegos de artificio y por supuesto, los cabezudos. Corriendo desde chicos entre coches aparcados, cantando alegres las rimas dedicadas a esos seres nacidos en la mitad del siglo XIX para disfrute y regocijo de los más pequeños, sorteando sus zurriagazos o recibiendo la azotaina entre las risas de los compañeros. Cuando encontré los dibujos que sobre ellos realizó José Luis Cano, me entraron unas ganas irrefrenables de plasmarlos en glasa sobre galleta y darles un toque personal. Para quien no los conozca, la Pilara, el Boticario, la Forana, el Morico, el Berrugón y el Torero, quizá no pasen de ser meros monigotes; pero para quienes hemos crecido con ellos, forman parte del mito y de la imaginería de una ciudad y de un modo de entender nuestra fiesta y nuestras costumbres. Ale maño/a, pues.
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jueves, 26 de septiembre de 2013
Galletas decoradas "Cabezudos"
Para quienes vivimos en Zaragoza o en su entorno, la llegada de las fiestas de El Pilar nos hace retroceder a la niñez sin remedio. Todos recordamos el algodón de azúcar y las manzanas de caramelo de las ferias, el ritual de la ofrenda con sus vistosos trajes , el circo y los payasos asociados a esas fechas, los fuegos de artificio y por supuesto, los cabezudos. Corriendo desde chicos entre coches aparcados, cantando alegres las rimas dedicadas a esos seres nacidos en la mitad del siglo XIX para disfrute y regocijo de los más pequeños, sorteando sus zurriagazos o recibiendo la azotaina entre las risas de los compañeros. Cuando encontré los dibujos que sobre ellos realizó José Luis Cano, me entraron unas ganas irrefrenables de plasmarlos en glasa sobre galleta y darles un toque personal. Para quien no los conozca, la Pilara, el Boticario, la Forana, el Morico, el Berrugón y el Torero, quizá no pasen de ser meros monigotes; pero para quienes hemos crecido con ellos, forman parte del mito y de la imaginería de una ciudad y de un modo de entender nuestra fiesta y nuestras costumbres. Ale maño/a, pues.
jueves, 19 de septiembre de 2013
Bizcocho de las Carmelitas Descalzas de Sevilla
Sentados en el salón, con un libro abierto en el regazo y abstraídos en su lectura, olvidamos por un momento el trajín de cacharros en la cocina, el ir y venir de pequeños pasos moviendo cucharas, boles y cajones. Una llamada constante me reclama y acudo presta a supervisar una elaboración sencilla pero resultona, en la que se han enfrascado estos pequeños pinches elevados a categoría de reposteros. Sus pequeñas manos húmedas absorbiendo la harina, los rostros sudorosos por el esfuerzo moviendo la masa, la sonrisa pegada a la cara. Llamo a mi marido para que no pierda detalle de la escena y ambos nos reímos ante la implorante solicitud de auxilio de los niños. ¡Qué momento más dulce, en todos los sentidos!
Vamos a ello.
jueves, 12 de septiembre de 2013
Bizcocho con masa madre de chocolate y naranja
Cuesta coger el ritmo a estas madrugadas para llevar a los hijos al colegio; apenas clarea cuando se sientan ojerosos frente a la mesa del desayuno y resulta difícil estimular su apetito cuando las líneas de las sábanas permanecen adheridas a su piel. Pero es oler el aroma del bizcocho y despertar sus sentidos a un nuevo día. Entonces el frenesí se apodera de ellos y toman su primera comida con alegría y confianza. Me siento satisfecha sabiendo que es un producto casero, sano y equilibrado que les aportará la energía con que afrontar estas primeras jornadas educativas. Volverán reclamando otro pedazo antes de que se acabe. ¿Quedará para entonces? Quién sabe, quizás lo cuente.
jueves, 5 de septiembre de 2013
Pan de pueblo con masa madre natural
Viendo el resultado de este pan me vienen a la memoria los días de mi niñez en un pueblo como tantos otros, en una casa aledaña al horno en que cada mañana, asomada a la ventana de mi cuarto me llegaba el aroma penetrante del pan recién hecho. Adentrarse en una panadería de entonces suponía una experiencia mágica; teñido todo por el blanco de la harina, los delantales colgando de las perchas y sobre las palas de madera la masa firme que por efecto del calor devendrá en barra, hogaza o panecillo. Todavía ese aroma me asalta trabajando el agua y la harina sobre la encimera de la cocina y me embriaga tanto como lo hacía la calle mojada del pueblo de mi infancia.