Sentados en el salón, con un libro abierto en el regazo y abstraídos en su lectura, olvidamos por un momento el trajín de cacharros en la cocina, el ir y venir de pequeños pasos moviendo cucharas, boles y cajones. Una llamada constante me reclama y acudo presta a supervisar una elaboración sencilla pero resultona, en la que se han enfrascado estos pequeños pinches elevados a categoría de reposteros. Sus pequeñas manos húmedas absorbiendo la harina, los rostros sudorosos por el esfuerzo moviendo la masa, la sonrisa pegada a la cara. Llamo a mi marido para que no pierda detalle de la escena y ambos nos reímos ante la implorante solicitud de auxilio de los niños. ¡Qué momento más dulce, en todos los sentidos!
Vamos a ello.
Este bizcocho lo preparaba con mi madre siendo cría, seguro que muchos lo recordaréis si os digo que partía de un vaso de masa que te daba una amiga junto con un papel con las instrucciones a seguir durante diez días. Fácil y muy rico.
Día 1: Verter el vaso de masa en un recipiente y añadir un vaso de harina y un vaso de azúcar (no remover)
Día 2: Remover la mezcla.
Día 3: No tocar
Día 4: No tocar
Día 5: Añadir un vaso de azúcar, un vaso de leche y un vaso de harina (no remover)
Día 6: Remover
Día 7: No tocar
Día 8: No tocar
Día 9: No tocar
Día 10: Vamos a preparar nuestro bizcocho.
Ingredientes:
-2 huevos
-1 vaso de azúcar
-1 vaso de leche
-1 vaso de aceite de oliva virgen extra
-2 vasos de harina
-1 sobre de levadura royal
-una pizca de sal
-nueces, pasas, manzana (opcionales). A mis peques les gusta más sin nada.
Retiramos tres vasos de masa que regalaremos a 3 amigos para que sigan con la cadena del bizcocho.
Al vaso de masa añadimos los huevos batidos con el azúcar, seguimos añadiendo todos los ingredientes líquidos al bol y mezclamos, por último añadimos la harina que removeremos hasta integrar.
Echamos en un molde (en mi caso cuadrado de 25 cm), espolvoreo con azúcar blanquilla abundante y horneamos a 180 grados durante 40 minutos (vigilando cada horno).
Dejamos enfriar y a disfrutar.
Nota: En caso de no disponer de un vasito de masa regalado para el bizcocho (como me ha pasado a mi), siempre podéis empezar con un vaso de la masa madre que vimos aquí. Así lo hemos hecho y el resultado ha sido perfecto.
Vamos ahora con nuestro relato.
Inesperadamente,
Margot ha sorprendido a Carlota presentándose en Londres sin
preaviso. Un viaje relámpago para bucear en archivos fotográficos
del Museo de Guerra ha sido la excusa perfecta para escapar unos días
del inclemente tiempo bonaerense. Londres, estos días postreros del
verano, luce un sol inusual y Carlota me ha referido su inmensa
alegría en el concertado encuentro. Era domingo y Margot disponía
de todo el tiempo del mundo para conocer de primera mano aquello de
lo que tanto le habíamos hablado. Han quedado en horario vespertino
y encaminado sus pasos hasta el East End; allí Carlota le ha
enseñado el Columbia Flower Market, en Spitalfields, recorriendo con
pausa sus calles atestadas de pequeñas tiendas de variados colores,
con simétrica perfección de ladrillos y escaparates. Las flores se
expanden por las aceras de bajitas fachadas en un mosaico multicolor
de fragancias desconocidas. Los vendedores exponen su mercancía ante
los curiosos ojos de los turistas y de los vecinos que comprarán las
plantas para poblar sus jardines de cualquier barrio de la capital.
Pese a madrugar ya hay quienes recogen sus pertenencias finiquitada
la venta de sus existencias y desnudando la calle de la alfombra
florida. Al margen quedan las pequeñas tiendas de artesanía, las
boutiques y minúsculos restaurantes con unas pocas sillas en su
exterior. Margot se ha mostrado sumamente sorprendida antes de
arrivar al Canary Wharf. Carlota le explica su importancia como
muelle de carga en el siglo pasado, algo inaúdito si tenemos en
cuenta que los banqueros y oficinistas han sustituido en sus calles a
los marineros y estibadores. En uno de sus elevados edificios se
detienen, ascienden a la cúpula y se disponen a comer. Rápidamente
surjo en la corversación, así como Victoria y sus hijos. Bajo sus
pies, en uno de los altos pisos de la Tower Wharf, se abre el barrio
por donde vivieron Suri, Annie o María del Carmen. Raudas toman el
teléfono y me llaman, de un lado para provocar mi envidia, dados el
lugar y la compañía; de otro, para pedirme insistentemente que les
lea alguna de las cartas de Victoria.
Pese
al poco tiempo de que dispongo y haciéndome un tanto la interesante,
abro mi bolso y extraigo el pequeño librito para comenzar a leer. Al
otro lado un altavoz resuena:
Querido
Andrew:
Tenerte
estos días pasados en casa ha sido un gran consuelo y un apoyo
inmenso. Los chicos andan ahora enfadados por tu partida y me
cuestiono si no habrá sido contraproducente. Veo a Julen algo más
explícito, menos taciturno. Todavía os veo a ambos sentados uno
frente al otro, ajenos al mundo circundante, en un salón en
penumbra. Yo peinando a María del Carmen y haciendo oreja al otro
lado de la puerta. Distingo con claridad tu voz en un español
impostado mientras bajito le cuentas a Julen cosas de su tierra.
Quiere saber y es justo que pregunte; ambos le debemos un pasado. Tú
estuviste allí, en esa tierra que le vio nacer y viste sus gentes y
caseríos, su vida apegada al terruño, su penoso trabajo y sus
pueblos en ruinas. Con tu cercanía renace en su alma un sentimiento
filial nacido de la ternura que le manifiestas. Estoy conmovida y no
puedo dejar de escucharos. Es tan insistente que debes contarle cómo
fue aquél ventiséis de abril en que las gentes se entregaban a sus
tareas cotidianas, amenazados por la proximidad del enemigo, pero en
las corrientes actividades demandadas por un día laborable.
Para
entonces Julen ya estaba en Santurce esperando el momento de su
partida. Nadie le contó nunca de las sirenas sonando en las fábricas
de su pueblo, ni de las banderas agitadas avisando del peligro feroz
que surcaba un cielo enmarañado. Todos corriendo temblorosos hasta
los pocos refugios repartidos por una ciudad amenazada; también sus
padres, quizás aliviados de su carga, saldrían de sus casas ajenos
a los animales y los aparejos dejados en barbecho para adentrarse en
el refugio de la iglesia de Santa María, donde tantas veces Julen se
había arrodillado, asistido a los oficios, vigilado de cerca por la
mirada inquisitoria del párroco local. Falló un refugio inacabado
de chapas de hierro mal instaladas, de maderos inseguros y tierra
removida. Sobre sus bóvedas cayeron sin descanso, durante varias
horas, kilos de metralla y bombas incendiarias. En muy poco tiempo
todo se vino abajo, casi la totalidad de las construcciones se
hicieron añicos, la población huyó despavorida, algunos cayendo
entre las piedras del camino para no levantarse más, otros sometidos
al peso del escombro en sus propias viviendas. El fuego se extendió
como una horda; chillaban los animales, lloraban los pequeños y los
ancianos lloraban. Y al final de la tarde, enmudecido el reloj de la
torre, silencio para honrar a los muertos que quedaron, para buscar
entre las ruinas algunos cuerpos sepultados. Todo silencio bajo el
ensordecedor barullo de la ira.
Julen
aguantó la charla con firmeza hasta que se desmoronó en tus brazos.
Su dolor surgió como un torrente empapando tu camisa. También tu
lloraste aunque después te atrevieses a negarlo en mi presencia.
Ante mis ojos surgiste más hombre que nunca, más padre de lo que
habías demostrado hasta entonces; levantaste la tormenta para que
encontrase la calma. El saber nos hará libres, citaste de algún
rincón de tu memoria. Ahora Julen está atado por el recuerdo y no
por la incertidumbre, a cada paso te nombra esperando tu regreso.
Convertido en hombre te necesita más que a mí, tu sola presencia le
ilumina e insistente pregunta sin desmayo cuándo se anuncia tu
retorno. Vuelve pronto a nuestro lado pues no es sólo él quien
requiere tu persona. Les llevaré al puerto y al mercado de las
flores donde se respira un clima de vida sosegada, de normalidad y de
armonía contenida. Si llegases antes del domingo, sería precioso
que nos acompañaras. Tantas veces fuimos a oler caléndulas, rosas
o narcisos, que al volver siento tu cuerpo paseando junto al mío. Te
amamos en la distancia, Victoria, Londres , otro domingo cualquiera
del fin de la guerra.
Por
entonces debía de ser un joven tan alto como Andrew. A sus quince
años entendería las palabras de su padre adoptivo y no por sabidas
dejarían de hacerle daño. La nómina del dolor se desparrama por
los confines de un siglo para el olvido. Imagino a Victoria llorando
al otro lado de la puerta, conteniendo sus ansias por consolar al
niño que fuera otrora, paralizado el cuerpo por el sufrimiento del
infante que se esconde en un cuerpo maduro. Con qué fragilidad se
quiebra el junco a merced del viento, pero también con cuanta
fortaleza recupera la postura. Viajo a los muelles hoy olvidados del
East End, cuando la tarde da sus últimas bocanadas, pues también yo
desearía estar en Canary Wharf junto a mis amigas, tomar el té y
algún bizcocho recién horneado en el Four Seasons mientras
imaginamos una familia tomada de la mano, cinco almas distintas,
caminando entre parterres repletos de calas, gladiolos o peonías.
Me encanta este bizcocho! Y te ha quedado fantástico y además, es tan divertido de preparar!!!
ResponderEliminarBesos
Qué rico es este bizcocho¡ Yo tuve la suerte de que hace un mes me regalaron un vaso de masa madre y me encantó el bizcocho y toda la parafernalia que hay que seguir para hacerlo.
ResponderEliminarYo lo bauticé como bizcocho de los 10 días :)
Besos
Al principio al leer el título del post me había pensado que era una receta de las monjitas. Son fantásticas en hacer dulces. Ahora ya se que es una receta de tu madre, casi mejor que una madre nunca falla. Es muy sencilla de hacer, o eso parece, que con mi destreza en la cocina... además puedo sustituir la harina por maizena para que lo pueda tomar Pilu. Este fin de semana estoy deseando ponerme al día con "nuestro relato" Besooos 40ytantas ¡¡¡Uy, Uy! que estoy viendo a la drcha. una tarta que me he perdido de chocolate y parece caramelo para allá voy...
ResponderEliminarHola preciosa, siempre he admirado quien es capaz de hacer este bizcocho!!! Madre mia, jolines, ojala pudiese hacerlo, me parece una maravilla, de verdad, no sé, es un bizcocho que su preparación me sorprende, la primera vez que oí hablar de él, me quedé alucinada!! Te ha quedado genial y me encanta el corte que tiene! Un besito preciosa y feliz finde
ResponderEliminarExcelente bizcocho!!
ResponderEliminarY el relato, va sobre ruedas...
Un abrazo.
Maravilloso el bizcocho. Y me encanta leerte. Gracias por la receta. Un besico.
ResponderEliminarAhhh ¡¡¡¡¡
ResponderEliminarQue ganas tenía de tener la masa madre de este bizcocho. Lo he visto en muchos blogs, pero sin esa masa.
Gracias, gracias y gracias.
Un beso enorme
Mercedes
Como siempre, el relato ¡genial¡¡¡
Aiii, Angeles, cuanta paciencia por favor! Tengo que reconocer que nunca fuí capaz de seguir una cadena de cualquier tipo, encima esperar 10 días hasta hacer el bizcocho bffff!!! Eres una santa si tienes tanta paciencia... Eso si, la pinta espectacular :)
ResponderEliminarMuchos besos :)
Yo también ando en el lío de la masa madre, pero aún no he publicado nada. Este precisamente no lo he hecho aún, pero está en la lista.
ResponderEliminarUn besote y feliz finde.
Hola, soy Silvia, del blog Travesia www.blogtravesia.blogspot.com Te he nominado al premio Liebster Blog Award Te dejo el enlace al post http://blogtravesia.blogspot.com.es/2013/09/nominada-al-liebster-blog-award.html#comment-form
ResponderEliminarUn besazo muy fuerte.
Te puedo dar entonces la dirección de mi casa...jejejejej quiero probar tu bizcocho!!,
ResponderEliminarQue bonito la imagen q relatas de tus hijos con las "manos en la masa" y nunca mejor dicho...
Un besazo
Desde luego que ya veo que tienes una mano , para los bizcochoa maravillosa, yo tengo mucha gana de hacer este, a ti te ha quedado perfecto, con un corte que da gloria ver. Mil besicos amiga
ResponderEliminarAngeles!!! Se buenita y dame uno de esos vasitos si..... Asi seguro que lo hago!!!
ResponderEliminarAlgun dia los sorprendere con mi presencia en su tierra.... Aguantara la masa??? Jijijiji
El relato como siempre encantador, produce muy grata impresion en los sentidos