Hay dulces que evocan lugares que dejaron recuerdos imborrables y que a la vez provocan sensaciones de dulce cremosidad en el paladar. Con los éclairs, también llamados chocolateros, petisús, pepitos... ocurre siempre eso. Al verlos tras las vidrieras pareciera que paseáramos por calles francesas, y al degustarlos, la crema pastelera y la masa choux dejan en la boca un mar de emociones que nos hacen repetir. Si algo bueno tienen es que hay que consumirlos sin demorarse para que su textura no se pierda. Mejor que mejor. Animaos y que no quede ni uno.
Receta de El libro de oro del chocolate.
Ingredientes (salen 16 éclairs):
Para la masa choux:
130 ml de agua
120 gr de leche
110 gr de mantequilla
una pizca de sal
5 gr de azúcar
140 gr de harina de trigo
4 huevos medianos
Precalentamos el horno a 180 grados. Tamizamos la harina. Ponemos al fuego la leche con el agua, la mantequilla, la sal y el azúcar hasta que hierva. Retiramos del fuego y añadimos toda la harina de vez. Removemos con una cuchara de madera hasta integrar. Ponemos al fuego de nuevo y seguimos removiendo hasta que se despegue de las paredes. Obtendremos una masa brillante y elástica. Retiramos del fuego y añadimos los huevos de uno en uno, removiendo sin parar. Hasta que el primero no esté integrado no añadiremos el siguiente, y así sucesivamente hasta terminar con los cuatro. Pasamos a una manga pastelera (sino tenemos podemos utilizar una bolsa de congelación, cortando una esquina), a la que cortaremos la punta hasta dejar 2 cm de ancho aproximadamente. Vamos poniendo la masa, sobre la bandeja previamente cubierta con papel de hornear en tiras de 10 cm de largo aproximadamente, dejando espacio entre ellas (4 cm es suficiente).
LLevamos al horno y horneamos durante 30 minutos (ya sabemos que dependerá de cada horno). Cuando sacamos del horno pasamos a una rejilla y dejamos enfriar.
Para la crema pastelera de vainilla:
500 gr de leche
3 yemas de huevo
75 gr de azúcar
30 gr de maizena
un trozo de corteza de limón (sin la parte blanca)
una cucharada de postre de vainilla en pasta (o una vaina de vainilla, abriéndola y sacando las semillas de su interior, poniendo a cocer en la leche, la vaina y las semillas)
Apartamos un vaso de leche, donde pondremos las yemas, el azúcar, la maizena y la pasta de vainilla, mezclamos. Ponemos a calentar el resto de la leche con la corteza de limón, cuando esté a punto de hervir añadiremos la mezcla y mantendremos al fuego sin dejar de remover hasta que espese. Importantísimo no dejar de remover, ya que se pega al fondo del cazo con facilidad.
Pasamos a rellenar los éclairs, bien abriéndolos por la mitad o utilizando una boquilla de relleno. Pondremos al baño maría o al microondas chocolate blanco o negro para después del rellenado cubrir la parte superior de nuestros dulces. También he preparado una glasa con azúcar glas y unas gotas de zumo de limón que verteremos sobre algunos de los éclairs, mi cobertura favorita.
Para la masa choux:
130 ml de agua
120 gr de leche
110 gr de mantequilla
una pizca de sal
5 gr de azúcar
140 gr de harina de trigo
4 huevos medianos
Precalentamos el horno a 180 grados. Tamizamos la harina. Ponemos al fuego la leche con el agua, la mantequilla, la sal y el azúcar hasta que hierva. Retiramos del fuego y añadimos toda la harina de vez. Removemos con una cuchara de madera hasta integrar. Ponemos al fuego de nuevo y seguimos removiendo hasta que se despegue de las paredes. Obtendremos una masa brillante y elástica. Retiramos del fuego y añadimos los huevos de uno en uno, removiendo sin parar. Hasta que el primero no esté integrado no añadiremos el siguiente, y así sucesivamente hasta terminar con los cuatro. Pasamos a una manga pastelera (sino tenemos podemos utilizar una bolsa de congelación, cortando una esquina), a la que cortaremos la punta hasta dejar 2 cm de ancho aproximadamente. Vamos poniendo la masa, sobre la bandeja previamente cubierta con papel de hornear en tiras de 10 cm de largo aproximadamente, dejando espacio entre ellas (4 cm es suficiente).
LLevamos al horno y horneamos durante 30 minutos (ya sabemos que dependerá de cada horno). Cuando sacamos del horno pasamos a una rejilla y dejamos enfriar.
Para la crema pastelera de vainilla:
500 gr de leche
3 yemas de huevo
75 gr de azúcar
30 gr de maizena
un trozo de corteza de limón (sin la parte blanca)
una cucharada de postre de vainilla en pasta (o una vaina de vainilla, abriéndola y sacando las semillas de su interior, poniendo a cocer en la leche, la vaina y las semillas)
Apartamos un vaso de leche, donde pondremos las yemas, el azúcar, la maizena y la pasta de vainilla, mezclamos. Ponemos a calentar el resto de la leche con la corteza de limón, cuando esté a punto de hervir añadiremos la mezcla y mantendremos al fuego sin dejar de remover hasta que espese. Importantísimo no dejar de remover, ya que se pega al fondo del cazo con facilidad.
Pasamos a rellenar los éclairs, bien abriéndolos por la mitad o utilizando una boquilla de relleno. Pondremos al baño maría o al microondas chocolate blanco o negro para después del rellenado cubrir la parte superior de nuestros dulces. También he preparado una glasa con azúcar glas y unas gotas de zumo de limón que verteremos sobre algunos de los éclairs, mi cobertura favorita.
Me
ha llamado desde París. No podía creérmelo. Se ha largado sin
preaviso. Así es ella de imprevisible. Carlota me parece sublime. Ha
llamado a James, está libre estos días y ha ido a encontrarse con
él en la Ciudad de la Luz. Que si la primavera, que si el fondo de
armario, que si los bistrots. Bla,bla. Ha ido a lo que ha ido y
punto. Sus encuentros en el Scribe están llenos de sutilezas por lo
que me cuenta, de paseos en albornoz por la habitación, de furtivas
miradas entre los visillos auscultando el pálpito de la ciudad, de
terrazas al sol y vino blanco. Envidio otro tiempo de paseos por las
Tullerías, de aperitivos en el Barrio Latino, de colas frente a los
museos y de moda en los escaparates. Esos encuentros ardientes de
amantes en la sombra, de clandestinas citas en hoteles de ciudad, me
provocan un escalofrío de emoción quizás un tanto enterrado en la
rutina del matrimonio. Y al escuchar de labios de Carlota sus
devaneos, no puedo por menos que pedirle prudencia; pues no en pocas
ocasiones la felicidad se torna en pesadumbre, la dicha en tristeza y
la alegría en dolor. Esta montaña rusa que es el amor, con
vertiginosas subidas y bajadas, requiere del sosiego, de la calma
tras la batalla. Tal vez esta reflexión venga de mano de Victoria,
cuya última carta aún pendula en mi cabeza; y al ver las semejanzas
entre ellas los celos me consumen. El momento, ese momento fugaz que
no retorna, hay que aprovecharlo. ¡Siente, Carlota! ¡Cómo sintió
Victoria en un pasado muy lejano! Abro de nuevo el libro, y releo lo
siguiente.
Querido Andrew:
Cuando me pediste que
acudiese a tu encuentro en París no lo pensé ni por un momento. A
pesar de tus constantes idas y venidas, dejé a María del Carmen y
Julen al cuidado de Annie y subí en ese avión destartalado que al
amparo de la noche salió de Londres oculto entre las nubes de un mes
de junio. Cuando te vi, envuelto en una gabardina, esperando mi
descenso, me creí la mujer más feliz del mundo. Tan sólo abriste
la puerta, me arrojé a tus brazos, ansiosa de tus caricias para
amarnos hasta rayar el alba. Fui por unas horas pero el destino es
caprichoso.
Las primeras salidas
por las calles aledañas al One Two Two me mostraron la crueldad de
una ciudad ocupada. Los alemanes sentados en las terrazas de los
cafés, en las orillas del Sena, comprando en los mercados y las
tiendas, recostados en los parques y jardines. Los parisinos
arrendatarios de sus propias vidas. Y pese a ello la ciudad parece
tener un ritmo normal. Las tiendas permanecen abiertas casi en su
integridad, los niños disfrutan del buen clima en juegos al aire
libre y ríen con alegría. El mercado de Les Halles se llena cada
mañana con los carritos de los vendedores cargados de frutas,
verdura y algo de carne. Por los grandes bulevares, las señoritas
pasean mostrando sus largas piernas en ajustados trajes coronados por
llamativos sombreros. Como ves, he aprendido a mirar la guerra con
ojos de espectadora; aunque en la isla, lejos de sus blanquinosos
rostros, de sus planchadas guerreras y de sus maneras petulantes,
sentimos que resistir es vivir. No puedo sentir los mismo en París.
¿Recuerdas el
equipaje reposando a los pies de la cama?. Esa noche decidimos no
salir, así que comimos algo frugal en la habitación y nos tumbamos
abrazos esperando la alborada. Nos dormimos tarde, sin darnos cuenta
de que las calles de París se convertían en un hervidero de
soldados y vehículos en pos de una población temblorosa y
aterrorizada. No olvidaré esa noche del martes 16 de junio mientras
viva. La operación “viento primaveral” surgió como un huracán
de las entrañas del Marais, la Rue des Rosiers se convirtió en un
peregrinar de familias empujadas a los camiones hacia un destino
pavoroso. De inmediato intuí que mi viaje había sido cancelado. Te
ausentaste durante horas para volver acompañado de Margueritte y de
la pequeña Sara; ambas arrancadas de manos de los gendarmes en el
último instante. De cerca vieron la persecución de los suyos a lo
largo y ancho del barrio judío, escondidas en las sombras de la
noche, en soportales cuyos ecos mostraban su lado más terrible; con
lo puesto y el pavor reflejado en sus rostros.
Envueltas al amparo
de la noche escucharon los terribles golpes en las puertas, las botas
cabalgando sobre los escalones y los furibundos gritos de los
agentes.
Fueron horas eternas
que se prolongaron hasta entrada la tarde. En silencio, cogidas de la
mano, implorando en su mirada una ayuda que por supuesto les iba a
prestar. Se los están llevando al “velódromo de invierno”-
dijiste. Tan sólo les dejan llevar una manta, un par de zapatos y
dos camisas. Las filas en las calles son interminables. Pese al calor
llevan largos abrigos donde pende una estrella amarilla. Familias
enteras hacen cola para subir en los autobuses que los vomitan en el
velódromo. ¡Dios, son los propios gendarmes franceses los que se
están haciendo cargo de la operación!
Permanecimos todo el
día con el oído pegado a la puerta temiendo lo peor. No obstante,
abajo todo parecía seguir su curso natural. Cuando el silencio se
hizo, llegó nuestro turno. Salimos a las calles adoquinadas
intentando evitar los ruidos de nuestros tacones. Fueron apenas unas
manzanas, pero el trayecto se me hizo interminable. Te movías con
agilidad en la penumbra de las farolas y yo te seguía junto a las
niñas con el sudor pegado a la ropa. En nuestro destino nos estaban
esperando. Pasamos a una sala llena de humo, con una tenue luz y
varias sillas dispuestas en círculo. Un hombre trajeado se llevó a
las niñas a una habitación interior. Nos despedimos de ellas con un
beso y el hombre nos tendió la mano. Suspiré al salir de nuevo a
las calles. El contacto de tus labios detuvo el frenético ritmo de
mi corazón. Súbitamente recobré la lucidez. Escupí al aire, a
las esvásticas que ondeaban en los balcones, con el odio enfermizo
de quien ha sido zarandeado. No pude conciliar el sueño en lo que
quedó de noche. En el piso donde las dejamos, Camus, Sastre,
Ridruejo, la cultura en fin, luchaba por prevalecer sobre la
barbarie, y se reunía al calor de las letras, para encontrar un
resquicio a la vida. Quien nos abrió la puerta fue Gerhard Heller.
Nunca más volví a verlo, pero su enigmática sonrisa se grabó para
siempre en mi memoria.
Durante cinco días
estuvieron retenidos los judíos en el velódromo de invierno en
condiciones infrahumanas. Agotada su resistencia física y psíquica
separaron a los hijos de sus padres entre agónicas muestras de
dolor. Deportaron a unos y otros a campos intermedios. Muchos
llegarían a Auschwitz donde les esperaban las cámaras de gas.
Durante cinco noches recibimos grupos de fugados, huidos de una
muerte segura, a los que dimos amparo y consuelo. Recordaré
mientras viva cada uno de sus rostros, cada mirada apagada, cada
esperanza recobrada.
Cuando me dejaste en
el avión mi universo había cambiado. Quería que lo supieras.
Pudimos ser Julen, María del Carmen o yo misma quienes acabáramos
en manos de esos depravados por razón de nuestra raza, sexo o
ideología. Y ¿quién nos hubiera socorrido? En mi butaca cerré los
párpados y apreté los puños. Cuando abrí los ojos y te vi parado
en medio de la pista, las manos en los bolsillos del pantalón, con
tu sombrero calado hasta las cejas y el brillo tenue del cigarrillo
en tus labios, envidié tu coraje, el valor que arrostras cada día,
tu solidaridad. Prometí amarte por encima de la misma muerte, con la
misma energía con que lucharé frente a la injusticia; y si te amo
así, qué importa mi condena. Tuya en la distancia, Victoria a 28
de junio de 1942.
Erizado
el vello de la nuca, acerco la taza a mis labios hasta quemarme, e
intento imaginar el desarraigo, el abandono y la pena de tantos seres
separados de los suyos para no volverse a ver. Y aún con tanto
sufrimiento, adoro a Andrew y a Victoria por su entrega para ser la
puerta a la libertad de unos pocos. Allá donde estén, los huidos,
perseguidos y acosados, recordarán la magia de unos desconocidos que
expusieron su vida a cambio de la libertad, y los harán eternos para
permanecer por encima del tiempo y la distancia.
Waooo, de verdad, de la buena que termina de entrarme unas ganas de coger uno!!! pero que ricos, por favor, lastima que son virtuales, porque si no, aquí me tendrías saboreando uno, te han quedado muy bonitos y seguro que muy ricos :)
ResponderEliminar¡Qué pintaza de eclairs! Les tengo unas ganas enormes, pero con el lío de estos días no tengo tiempo para nada. Me apunto la receta, que en cuanto lleguen las vacaciones seré otra y yo también quiero probar semejante delicia.
ResponderEliminarAh, y yo también me quedo aquí, que tienes un blog imposible de perder!
Besos
Cómo me gustan!!! Yo les llamo petisuise! qué ricos estos pastelitos, me recuerdan a cuando era pequeña... mil gracias por traernos la receta y unos recuerdos tan agradables...
ResponderEliminarBesos!
Me encantan lis petisuise!! Y estos tienen una pinta buenisima!!
ResponderEliminarSaludos.
Madre mía. Qué ricos. Te han quedado geniales. Besos
ResponderEliminarTienen un aspecto magnífico. se los enseñaré a Marido por si le apetece que se los haga.
ResponderEliminarYo no soy de crema pastelera… :( debe ser un trauma de la infancia.
Buen fin de semana
Un beso
Vir
Tienen un aspecto estupendo..... Me encantan.
ResponderEliminarPero qué buena pinta tienen. por aquí los llamamos petisus.
ResponderEliminarBesos
Que ricos se ven!!!!! Traspasan la pantalla, y me dicen comemeeeee! Ricos, ricos!
ResponderEliminarHermoso relato, nos hace pasear x la tristeza, el amor y el recuerdo.
Felicitaciones para los autores de ambas creaciones!!!
Ay ay ay! Qué ricos, son mis pasteles favoritos! :-) Besos
ResponderEliminarTe han quedado geniales, riquísima receta y precioso relato....
ResponderEliminarNos gusta mucho tu blog, nos quedamos por aquí. Y gracias por visitar el
nuestro.
Un abrazo grande.
¡Qué te han quedado mejor que de pastelería! y todos rellenitos de crema. Qué hambre me está entrando. Un petisú y a continuar con la historia de Carlota. Besooos
ResponderEliminarHola... Te he dejado un regalito en mi blog... si te apetece pasate....
ResponderEliminarhttp://misdulcespasiones.blogspot.com/2013/06/premio-15-ther-versatile-blogger.html
besos
olivia
Qué buenos éclairs! Y haces, como siempre, que la receta parezca tan sencilla...
ResponderEliminarEl relato maravillosos. Esta semana me quedo un poco más sosegada. Por lo menos el encuentro entre Andrew y Victoria amenizan la crudeza del momento. Son los dos de una fortaleza envidiable.
Bss.
Que ricos los pettit suits!!!Me comía yo unos cuantos rellenos de crema de buena gana.¿Por qué todo lo rico engorda? Es injusto!!!
ResponderEliminarTe han quedado estupendos!
Besos!
Madre mía, tienen que estar deliciosos!!!
ResponderEliminarGracias por tu comentario en mi blog. Tienes un blog que me encanta así que te sigo (soy tu seguidora numero 164).
Un besito,
Trini
http://yoadoroviajar.blogspot.com
Este fin de semana hice los eclaires, y que exitazo!!! En casa están un poco saturados de tanto azucar y esta receta es sólo ligeramente dulce. Menudas discusiones por cuántos-te-has-comido-tu-que-yo-he-comido-menos....
ResponderEliminarMe han surgido un par de cuestiones, como cuando están horneados los eclaires. Con el bizcocho ya se sabe, con el palillo. Pero se me ocurrió darle la vuelta a la bandeja cuando faltaban unos minutos y los que estaban menos hechos se deshinflaron. Así que la segunda tanda fue 30 minutos al horno sin tocarlos. Cuando dices 180º de temperatura, lo has medido con el termostato del horno o con un termometro dentro? En mi horno 180º equivale a 150º del termometro que le meto dentro.
Me pegué bueno rato espesando la crema, porque me daba miedo que se quedara muy líquido. Pero me parece que con 5-10 minutos hubiera sido suficiente, ¿no?
Esta receta se la voy a recomendar a todo el mundo! Muchas gracias por tu blog :)
Hola Violeta, lo primero bienvenida!!
ResponderEliminarAhora vamos con tus preguntas.
Cómo se sabe cuándo están horneados?? En mi caso hasta que ajusté los tiempos con mi horno cogía uno y lo abría por la mitad sin más.
Los 180 grados que yo indico son los del termostato de mi horno, no tengo termómetro. Por eso siempre aclaro que los tiempos pueden variar dependiendo de cada horno.
Y por último la crema de vainilla, no hace falta tanto tiempo, con un par de minutos a fuego vivo sin parar de remover es suficiente.
Espero haberte ayudado.