viernes, 19 de abril de 2013

Rosquillas tradicionales




No sé si procede, pero lo voy a hacer. Desde esta entrada quiero agradecer a mi tía Emilia tantas cosas que me sería imposible enumerarlas todas. Hoy va por ti, por tu sincero cariño, tu dulzura y mesura; siempre pendiente, siempre atenta en la ayuda. 
A ella le debo buena parte de estas recetas tradicionales rescatadas del olvido, traídas de tierras castellanas, y explicadas con la paciencia que sólo ella sabe transmitir. Sirva también como homenaje a esas mujeres valientes, que como ella misma, acometieron empresas de difícil cumplimiento de las que salieron triunfantes aún a costa de enojosos recuerdos.





Cómo buena receta tradicional no vamos a disponer de cantidades exactas, pero que nadie se asuste por ello, porque salir salen. 
Yo utilizo como medida un vasito del tamaño de un café cortado. Salen 3 docenas aproximadamente.

Ingredientes:
-3 huevos tamaño L
-2 vasitos de anís dulce
-9 cucharadas de azúcar
-3 vasitos sin llenar de aceite de oliva suave (0,4 º)
-1 sobre de levadura y una pizca de bicarbonato
-Harina, la que admita, notaremos que es suficiente cuando la masa no se nos pegue a las manos. Evitar añadir más harina de la necesaria porque solo conseguiremos endurecer nuestras rosquillas.

Mezclamos todos los ingredientes y cuando tenemos una masa suave y elástica la dejamos reposar unos 15 minutos. Después del reposo cogemos bolas de masa no demasiado grandes, a las que les haremos un agujero en el centro que iremos estirando con las manos hasta darle la forma deseada.
Ponemos abundante aceite de girasol para freír a temperatura media y según vamos dándoles forma pasamos a freírlas, hay que estar atentos porque se hacen enseguida, las sacamos y dejamos templar unos minutos. Preparamos en un plato azúcar con una cucharada de harina y vamos pasando las rosquillas por el. 



Más de nuestra historia, no te lo pierdas.


The Hummingbird Bakery está en Noting Hill, en concreto en Portobello Road. La cajita que deposita Carlota sobre la mesa de té del jardín lleva ese nombre impreso. Sus cupcakes son deliciosos y ella lo sabe porque hemos hablado en alguna ocasión de ellos. Me la como a besos. No los había probado y mi boca se hace agua cuando dejo sobre el plato la taza todavía tibia de mi infusión. No puedo creer que esté a mi lado, cansada pero exultante. ¡ En un suspiro le ha cambiado la vida! Le debe tanto a Victoria como yo misma; sin ella nuestro devenir seguiría el curso anodino de otro tiempo. Ahora tiene un fundamento, un anhelo que no podemos dejar de padecer. Se la ve radiante cuando refiere su dicha como un vendaval que todo lo arrasa. ¡ Es tan bello el amor en cualquier tiempo! James ha sido un caballero, atento en todo momento la ha colmado de atenciones y arrumacos; en las partes íntimas apenas se detiene. Acaba sonrojada y le sirvo un refresco que la apacigüe.
James me envía recuerdos y promete indagar sobre Victoria en la medida en que yo se lo conceda. Victoria no me pertenece.
En un tono más lánguido me cuenta el corto viaje hasta Oxford; se desviaron para aparecer ante la granja de los Murray. Apenas quedan unas piedras en pie de lo que fue la casa y el granero. No pudo sustraerse a la belleza del paraje, a los álamos cubriendo las orillas, a las ondulantes colinas mecidas por el viento, a los trigos cimbreantes dorándose al estío, al tosco paisaje de las desnudas rocas. Imaginó a los niños sobre el verde manto de la pradera, azuzados por los perros juguetones, haciendo ramilletes de flores silvestres para madres adoptivas. Riendo sin descanso.
Le he leído la última carta de Victoria, la que ella no pudo disfrutar y se estremece pensando en esos días agónicos del Londres que ha dejado, en las estaciones de metro que ha pisado, en los parques y jardines por los que ha pasado. El mismo mundo y sin embargo, tan cambiado. Le informo de mi desasosiego pues no sé el hilo del que tirar y me dice que Dios proveerá. Sus palabras son premonitorias. Apenas saboreamos una segunda taza con las golosinas que ha traído cuando recibimos un mail de nuestro bloguero anónimo. En él, con un poco de inquina, nos reprocha la carencia de noticias, pero al punto se muestra dulce y conciliador regalándonos una carta que obra en su poder y que traslada a Andrew a la escena inmediata, llevándonos a comprender algunos episodios de esos años tristes de la Europa ocupada.



Querida Victoria:
Te mando esta carta en la esperanza que el MI6 (Servicio Secreto Británico), pueda sortear las trabas que hasta la fecha han impedido tener noticias tuyas. Estoy en Francia; en la Francia ocupada y por el momento estoy inmovilizado; a la espera de una tarea comprometida.
Han sido días difíciles desde la fuga del campo. Prisionero en una compañía de trabajo obrero en una línea férrea pude sortear la tenue vigilancia de la gendarmería y escondiéndonos en cobertizos y casas amigas hemos conseguido llegar a París. Aquí las cosas están más o menos organizadas.
Hay un movimiento de liberación nacional en toda la zona norte que nos da confianza para obtener la recompensa de una Francia libre. No obstante hay que andarse con cautela. Cada día cae algún compañero en manos de la policía alemana (Abwehr). Desde el Combat, como nos hacemos llamar, he contactado con una red de espionaje denominada Carte, vinculada a los servicios británicos.¡Al fin he abrazado a compatriotas después de tantos meses! Mi francés me permite moverme con cierta libertad y mi nueva documentación me ofrece un salvoconducto.
He conocido a Marie Seigneur, aunque dudo que sea su auténtico nombre. La he esperado en el café Au Claire de Lune leyendo Le Matin. A pesar de ser mediodía, su presencia ha eclipsado al resto de clientes. Con un ajustado vestido rojo justo por debajo de sus rodillas, las piernas teñidas (práctica común en Francia ante la ausencia de medias) dándole un moreno atractivo, un sombrero con medio velo cubriéndole los ojos, zapatos y bolso acharolado, fumando delicadamente. Me ha recordado a Yvette Lebon, bellísima y coqueta, actriz por la que suspiran todos los alemanes que rondan París. Se ha sentado a mi lado como si nos conociésemos de toda la vida. Apenas contará con veinte años y sin embargo transmite una confianza ciega en sus actos; no hay atisbo de debilidad ni miedo, ni una gota perlada de sudor. Yo sí noto mis axilas húmedas; me concentro, y en sus claras pupilas se diluye mi temor. Habla con discreción, pero no en voz baja, para evitar suspicacias. Sabe que ha atraído todas las miradas, pero no todos los oídos. Aplaudo su intención.
Con una servilleta de papel se limpia el carmín de los labios y la deja en el cenicero que ocupa el centro de la mesa. Al punto la recojo y la oculto en el forro interior de mi chaqueta. Fuma despreocupadamente encendiendo un pitillo tras otro y de reojo lanza alguna mirada furtiva en derredor, pícaramente sonríe a algún oficial de la Wermatch, quien se sonroja sin remedio. Al salir se queda apoyada en la barra y en seguida un ejército de moscones se arremolina a su vera buscando su contacto. Lanzo una mirada de soslayo al cruzar la puerta sabiendo que es la última vez que la veré; también ella me mira, pero ahora creo descubrir en su sonrisa un rictus de tristeza. Se vuelve hacia el oficial de más alto rango y ríe estentóreamente. Adiós mi dulce Marie, musito calladamente. Esta noche dormirá con él y mañana transmitirá su mensaje por radio. Quizás el yazca de costado roncando poderosamente, o tal vez, bajo su águila plateada discurra una mancha de sangre que evidencie su descuido. Buscaré en la prensa esa noticia, pero sé que nada habrá que la delate, salvo que sea ella quien salga en las esquelas. Entonces sí, ponderarán el escarmiento para someter los mansos a las fieras.
En mi habitación del cabaret de moda, el One Two Two, donde ejerzo de camarero, leo detenidamente el contenido de su servilleta. Inhalo el perfume dejado por sus labios y atropellado quemo bajo una cerilla el contenido. Deberé desempeñar la labor de enlace entre los Servicios secretos franceses y los británicos del SEO; para ello deberé frecuentar la vida disipada del París ocupado. En corto tiempo me he aclimatado. Los alemanes se han afincado en una ciudad un poco puta, una ciudad que se ha vendido al usurpador ha cambio de preservarla, de mantener su desenfreno, su nocturnidad y su alegría. El mundo obrero sufre en la abstinencia, se hace extremadamente difícil conseguir alimentos indispensables, mientras los alemanes manejan el racionamiento en su beneficio, haciendo ostentación en sus fiestas de cabaret, descorchando champán sin cortapisas y entregados a los placeres de la carne en los burdeles de la Trinité, la rue de la Lune o de Hanovre; se pasean del brazo de Arletty, Mireille Balin o Ginete Leclerc, las actrices de moda, tan etéreas e inalcanzables como una cena en Maxim. Persiguen todo aquello que lleve faldas, pavoneándose con sus pulcros uniformes, sus anchas espaldas y sus cabellos rubios cortados a cepillo. Son los amos del mundo y así nos lo hacen ver en esta ópera bufa representada en las calles de París. Las mujeres se acercan buscando carne, azúcar, tabaco, algo con que alimentar a los suyos; las jovencitas ríen atraídas por un universo de ostentación promovido por los galones que les han conducido a ocupar hoteles como el Crillon o el Bristol, a desocupar mansiones en Rivoli o las Tullerías en su provecho o a pasear en flamantes automóviles a cielo raso acariciados por la brisa del Sena. Cada noche veo a oficiales y suboficiales rodear con sus brazos los cuellos de chicas casi adolescentes, deslizar sus manos entre los muslos bajo las mesas repletas de copas de licor y retirarse en ampulosas habitaciones para satisfacer sus más bajos instintos. Nadie diría que seguimos en guerra; París es una fiesta en manos del régimen de Petáin, y únicamente, la callada tarea de estas mujeres fuertes y decididas, que se dejan seducir e incluso se entregan en pos de algo de información constituye el asidero que separa el sometimiento de la redención.. Como Gisele, Nancy o Yolande, lobos con piel de cordero.
Hace calor en la oscura alcoba del One Two Two y pienso en el amor que te profeso. Abajo suena el cristal y las cuberterías, las lustrosas botas sobre el mármol. Y aquí y ahora, añoro cada instante que pasamos juntos y sólo el deber me atenaza en estas tierras. Ya puedo percibir tu aroma cuando el viento del oeste se encabrita sobre el Canal de la Mancha. Y si no te llegan mis palabras, al menos pienso un sueño; el de alcanzar un día las costas de Inglaterra. Tuyo en el recuerdo, Andrew, París a doce de junio de 1941.

Me he quedado muda. ¿Quienes eran esas mujeres de que habla Andrew? ¿ En verdad arriesgaron sus vidas a cambio de la libertad? ¿Alguna habrá sobrevivido? Preguntas que quedan en el aire y que me sonrojan en esta vida plácida en que estoy instalada. Carlota asiente. Se mete un cupcake en la boca, se encoje de hombros y dice: “Eran otros tiempos, qué le vamos a hacer”. Y razón lleva.


15 comentarios:

  1. que peligro tengo con esta receta... porque me encantan las rosquillas y las tuyas tienen tan buena pinta!! madre mía! y dices que salen 3 docenas?? me veo rodando por casa!

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  2. Pero qué buena pinta tienen ¡ Muchas gracias por la receta.

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  3. Que recuerdos, Angeles, mi abuela hacía estas rosquillas…
    Este fin de semana se las hago a mis chicos.

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  4. Me encantan las rosquillas!!! Echo de menos las de mi abuelita :(((, no consigo que me salgan con el mismo sabor

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  5. Rosquillas del alma mía.....que buenas. Me llamo Lourdes y te he descubierto hace poco, me gusta mucho tu blog, asi que me quedo cerca, ademas te he dejado una cosita en mi blog.
    http://elbuhogoloso.blogspot.com.es/2013/04/magdalenas-y-blogs-premiados.html

    Besos

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  6. Me pirran las rosquillas, siempre que las veo no puedo evitar comprarme unas cuantas! El caso es que nunca me he animado a hacerlas porque me parecían muy laboriosas, pero me acabas de dar un antojazo....
    Un besito!
    Montes

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  7. Hola, me encantan las rosquillas, y estas tienen una pinta para merendarme ahora unas cuantas. Muchas gracias por la receta. Las fotos, preciosas, como siempre. Un besico.

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  8. Que ricas las rosquillas con el azuquitar!!besos

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  9. Riquísimas para seguir leyendo el relato mientras me como una. A estas rosquillas en mi tierra castellana las llamamos huesillos, y a mi padre le encantan.
    Besos

    Raquel

    http://raqueljimenezbisuteria.blogspot.com.es/


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  10. Tus rosquillas tienen una pinta fantástica! A ver si me ánimo a hacerlas... me he atrevido con muchas cosas en la cocina pero no he hecho rosquillas jamás. Creo que ha llegado el momento de solucionar eso. Ya te contaré como me salen.

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  11. ¡Qué manos tienes! y ¡¡¡qué rosquillas!!! Contundentes y riquísimas como dice mi cuñado. Besooos y muchísimas gracias por tu visita.

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  12. Ángeles que buen pinta tienen tus rosquillas!!
    Y que fotos más bonitas.
    Me apunto la receta.

    Un abrazo,

    María

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  13. Como me gustan los dulces tradicionales!!!
    Te han quedado fantásticas me llevaba unas cuantas para desayunar!
    Mil besos!
    Noemi de Merengue y Frambuesa

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  14. Precioso Blog y qué rico postre!!! Qué maravilla los dulces tradicionales, qué razón tiene Noemí!
    Besos grandes

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  15. estas rosquillas me recuerdan tanto a las de mi abuelita... ^^
    qué ricas!

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Me gustan tus comentarios, me encanta leerlos todos, gracias por molestarte en escribirlos.

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