jueves, 16 de enero de 2014

Magdalenas con el sabor de siempre


Cuando tenía la edad de mis hijos y durante bastantes años pasé mis mejores veranos en un pueblecito de León, Voznuevo de Boñar se llama, a la vera de mi tía Tina.  Resulta curioso cómo tendemos a relacionar algunas cosas degustadas en el pasado con las personas que nos las hicieron y buscamos con denuedo su sabor y aspecto en nuestras propias creaciones. El premio consiste en alcanzar un parecido razonable, disfrutar con el resultado tanto como lo hicimos en nuestra infancia, pues con el paso de los años aquellas sensaciones que me despertaron sus desayunos y meriendas de magdalenas y otros dulces no han hecho sino acrecentarse y  asomo la nariz por la puerta de la cocina como lo hacía antaño en sus fogones de pueblo, entre pucheros, con el horno de leña caldeando la estancia buscando aquel olor que tan bien recuerdo. 
Ahora veo atónita el cestillo y las veo desaparecer entre las manos de los míos, como lo hacíamos en León con mi hermano, primos y amigos; como haréis vosotros si os ponéis a la tarea.



La elaboración no puede ser más fácil, vamos con ellas.
Ingredientes:
-250 gramos de azúcar
-250 gramos de huevo a temperatura ambiente (4 huevos L )
-125 gramos de aceite de oliva virgen extra
-125 gramos de aceite de girasol
-250 gramos de harina
-1 sobre de levadura Royal
-Ralladura de un limón
-Papeles de magdalena

Precalentamos el horno a 250 grados.

Batimos a velocidad media los huevos con el azúcar. Añadimos el aceite con la ralladura de limón.
Mezclamos aparte la harina con la levadura y añadimos a nuestra mezcla batiendo a velocidad baja lo justo hasta integrar.
Colocamos nuestros papelitos dentro de una bandeja de magdalenas o en flaneras individuales, así no perderán la forma y subirán debidamente.
Rellenamos nuestros papeles con la masa obtenida sin superar los 3/4 del molde. Espolvoreamos con azúcar abundante, si os gustan con esa costra de azúcar que se ve en las fotos (a nosotros nos encanta). Para Candela siempre le ponemos a alguna gotas de chocolate encima en lugar del azúcar, le chifla. 
Bajamos la temperatura del horno a 210 grados y llevamos al horno durante 15 minutos (ya sabéis vigilando, que cada horno es un mundo).
Cuando las probéis no vais a querer otras.


Carlota ha traído regalos para todos. Se ha esperado a las rebajas, claro, y ha llenado la casa de alegría y color. En verdad lo necesitábamos después de un aciago final de año. Pero aquí está, algo delgada desde nuestro último encuentro, pero irradiando la vitalidad que a mí me falta. Se lo hago saber y me estrecha entre sus brazos susurrando palabras de ánimo en mi oído. Asiento y se sirve una copa de licor. Por una vez la acompaño y tras dejar a los niños en sus cuartos entretenidos con sus regalos, me pone al día. Al parecer todo va bien con James, pero evitan el tema punzante de su abuela. También por eso ha vuelto. Quiere saber todo cuanto pueda para entender ese pasado que se interpone en su cariño, pero no puedo traicionar el discurrir de los acontecimientos, precipitarme en la lectura para satisfacer su curiosidad. Estará algún tiempo y si Victoria lo tuvo a bien, la historia seguirá.
Es otro tiempo, otro lugar, otra gente.
Se recuesta, entrecierra los ojos y me escucha.

Ha pasado algún tiempo desde la última vez que vi a Bessy deslizando sus pies calle abajo; lleva días sin acudir a la cafetería y aunque no sea muy pertinente el dueño me facilita su dirección. No parece oportuno que me presente en su casa, pero a pesar de ello lo hago. Una mujer blanca de vacilante mirada parada ante el portal de una negra. Antes de llamar paseo mis ojos por la fachada. La doble puerta muestra un desvencijado dintel sobre una hoja de pintura blanca desconchada; hay láminas de madera colgando en algunas paredes laterales y los perros olisquean los parterres antes de orinar entre los tilos. De fondo percibo los ladridos de canes vagabundos y la soledad se extiende por las aceras. Como un centinela sobre los tejados emerge un campanario dándonos las horas. Incomprensiblemente no siento temor pues al otro lado de la mosquitera la gruesa figura de Bessy me transmite seguridad. Su cara negra, sus manos negras, su sonrisa blanca. Me toma de la mano y me arrastra hasta el salón donde me sienta en un sillón desvencijado, como si fuésemos íntimas pese a apenas conocernos. Rauda desaparece en la cocina y la oigo trajinar con los cacharros. Me presenta un té aguado y unas pocas pastas que me saben a gloria. Ha estado enferma como sospechaba y lleva días sin salir de casa. Pese a estar restablecida ya ha sido sustituida en el trabajo. Aguarda a unos servicios sociales que se demoran y tira con lo poco que pudo guardar en fechas pasadas. Hablamos.
Le hablo a Bessy de mi vida anterior y se queda perpleja ante las atrocidades que le cuento.
Cuando me escucha aprieta contra su pecho al pequeño en un movimiento involuntario de protección y frunce el ceño en un claro síntoma de disgusto. Agradece a Dios el final de la guerra. A nuestro alrededor se extiende el sueño americano; los aviones de la Panam y los barcos de la Cunard atraviesan el Atlántico cargados de ilusionados jóvenes ansiosos de un estilo de vida que les lleve a conducir un Ford, a comprar electrodomésticos o a viajar en primera clase. Se sienten atraídos como las polillas a la luz por el neón en los escaparates, por los rótulos luminosos de la Avenida Broadway y por los sugerentes escaparates de Madison Avenue. En el Radio City bailan ligeras de ropa las vedettes y en los aledaños se hacen hueco las masas encandiladas que envidian a los perfumados aristócratas que ocupan la platea. La prensa seduce con artes de prestidigitador a las amas de casa con aparatos autónomos que les liberan de sus múltiples tareas, los niños se extasían mirando los programas de televisión y la abundante oferta cinematográfica; los hombres acuden a los trabajos soñolientos en los vagones de metro mientras en cada estación los anuncios de los últimos modelos de coche salpican los baldosines. Yo ya no aspiro a casi nada. Tampoco Bessy, que con el sustento se da por satisfecha. Pero, ¡Ah, estos jóvenes! Julen se muestra encandilado por los destellos de una sociedad imperial, por los ecos de un mundo de opulencia y de gasto. Pasea en taxi su orgía consumista con estilizadas señoritas ataviadas con faldas de tubo, vistosos sombreros y altos tacones. Ríen sin parar absorbiendo la noche que no cesa hasta la madrugada. ¿Qué puedo decirle? ¿Acaso no es justo que olvide su truculento pasado so pena de cambiarlo por un engañoso porvenir? Creo que me fallan las fuerzas para tal cometido. También me cuesta sujetar a María del Carmen. No obstante, ella es más dócil. Entiende mis cortapisas e intenta hacer entrar en razón a Julen. Le habla de comedimiento mientras él fuma en el salón frente a la ventana, auscultando la calle por la que espera aparezcan los amigos. En los bolsillos interiores de las americanas, el licor camuflado bajo papel de estraza; los zapatos abrillantados para los pasos de baile que aguardan en los múltiples salones del centro. ¡Llegaré tarde!- es su letanía. ¡No me esperéis para cenar! Me acuesto con la incertidumbre de su vuelta, cabeceo pero no duermo. Noche tras noche escudriñando la noche devoradora; cualquier chirrido, maullido, luz furtiva, me sobresaltan, me hacen ponerme la bata y encaminarme al porche desafiando el relente de la aurora. Hay días en que regresa ebrio, otros ni siquiera vuelve. Victoria en Nueva York, 1951.


8 comentarios:

  1. Sua receitinha de hoje está irresistível... Huuuuuuuummmmmmmm!!!
    Quero aproveitar para te agradecer pelo carinho de sempre, e pelos seus comentários em meu Blog... Muuuuiiiiito Obrigada!!!
    Beijos Márcia (Rio de Janeiro - Brasil)
     
    http://decolherpracolher.blogspot.com

    ResponderEliminar
  2. Unas magdalenas perfectas! Me las llevo porque toda magdalena de copete va a mi borrador y precisamente mañana quería hacer, las tuyas van ahora las primeras de la lista para hacer.
    Besos.

    ResponderEliminar
  3. Que casualidad, mañana pensaba hacerlas y tomarlas el fin de semana.
    Como ya te dije en otro momento, mi abuelo era panadero en un pueblito. Parece que estoy viendo las suyas.
    Tienen un aspecto fabuloso, a mi me encantan las de la costra de azúcar.
    Besazo

    ResponderEliminar
  4. Pero qué pinta!! No había hecho nunca mezclando losvdos aceites, así que probaré, besos!

    ResponderEliminar
  5. Será difícil resistirme, tendré que hacerme tiempo y probar hacer éstas magdalenas tan apetitosas! Besos Angeles :)

    ResponderEliminar
  6. Que preciosidad de magdalenas, seguro que son igual de ricas que las que te hacia tu tia en Leon tienen esa pinta de las magdalenas autenticas de pueblo, me han encantado. Mil besicos cielo

    ResponderEliminar
  7. Qué bonitos esos recuerdos que tenemos de la infancia. Y sí, es curioso ver cómo asociamos olores y sabores a ciertas personas o a ciertos momentos, eso me parece precioso, único e incomparable. No sé cómo serían aquellas magdalenas, seguro que riquísimas, pero estas no tienen nada que envidiarles seguramente, porque tienen una pinta más que estupenda =)
    Bonito post, como de costumbre, e increíble receta =)
    Gracias por compartirla, tomaré nota.
    Un besote!!

    ResponderEliminar
  8. Menuda delicia de magdalenas, estas son las ricas de verdad

    Un abrazo

    Youtube: Monica-Saboreando las estrellas

    Blog: Saboreando las estrellas

    ResponderEliminar

Me gustan tus comentarios, me encanta leerlos todos, gracias por molestarte en escribirlos.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...