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miércoles, 13 de febrero de 2013

Galletas de San Valentín





Todavía me tiemblan las piernas pensando en el hatillo de cartas que duerme en mi bolso. No sé el por qué, pero lo aferro como si tuviese un valor incalculable, un tesoro de papel, inédito hasta hace nada. Carlota me insta a que abra otra, ni siquiera presta atención a las fechas. También yo deseo saber más, pero debo mantener la calma y obedecer a un orden cronológico que facilite su comprensión. Se trata de acontecimientos apenas conocidos y cuya aparición me provoca escalofríos. Esa gente palpita en el pasado; eran carne y hueso recorriendo campos y veredas, famélicos personajes desprovistos de todo; quizás ya todos muertos. Tiene valor cada pliego que conserve pues haré pervivir una historia de antaño. ¿Tanto temor me provoca descubrirlo? Tan lejano en el tiempo y tan cerca en el corazón. He aprendido a querer a Andrew y me da miedo pensar en su final, quizás oculto entre sus letras. Mi vacilación no afecta a mi acompañante, quien con su infinita verborrea me hostiga para que satisfaga sus deseos. Me saca de mi ensimismamiento hasta que suelto: ¡Pesada, vamos con otra y luego te callas.!


Esta semana algo muy sencillo, unas galletas de San Valentín, preparadas con la receta de galletas para decorar vista aquí y la de glasa vista aquí.
Sin más, vamos ya con nuestra Victoria.

Querida Victoria:
Los días se suceden monótonos, sacudidos apenas por el frío y las incomodidades que nos proporcionan estos campos improvisados, más de muerte que de refugio, pues a los caídos en el exilio, en las carreteras abarrotadas y los caminos embarrados, hay que sumar los que a diario fenecen por falta de atención primaria y condiciones higiénicas deplorables. Procuro mantener la calma en esta jaula de locos en que se han ido convirtiendo los barracones. Por las últimas noticias, casi doscientos mil en Argéles; esa fosa en el océano plagada de inmundicia y de tristeza; ciento cincuenta mil en Saint Cyprien y otros tantos repartidos entre Arles, Prats y muchos más. La magnitud de la derrota se percibe con más crudeza en los números.
En los primeros días he decidido organizarme y me he unido a un grupo para formar comisiones de cultura y deportes. Quiero mantenerme ocupado y servir al colectivo tan carente de afectos. He conocido a personajes como Nemesio; se muere por volver a España al reencuentro con su familia pese a que le espere la cárcel y quizás la pena de muerte. Y a Vicente, que sigue con sus sueños de libertad y planifica su huida para unirse al maquis. Con él he departido de Antonio Machado, al que encontré cansado pasada la frontera durmiendo en un vagón oxidado y abandonado. Allí le dejé.
Vicente me ha referido que en los días siguientes, cruzada la frontera junto a su madre Ana y su
hermano José, encontró su final, triste, agotado de vivir, defraudado en mil batallas, sin salud ni voluntad, enfermo de neumonía, asma y gastroenteritis. Se ha dejado ir diría Vicente y tres días más tarde Ana, su madre. Ambos descansarán en Francia, lejos de su Castilla tan amada. Sus palabras me han provocado una terrible pesadumbre. ¿Hacia dónde camina una tierra que expulsa la cultura y se desprende de sus mentes más preclaras?
Atareado en el quehacer cotidiano voy tejiendo con Vicente un futuro fuera del campo; acostados en los camastros tramamos una escapatoria para días venideros, antes quiero ayudar a los refugiados, tan agostados todos, cuasi moribundos. La vena solidaria renace en cada rincón del campo, los más jóvenes ayudan a los ancianos, los íntegros a los tullidos, los sanos a los enfermos. Pese a todo se respira satisfacción pasajera; cualquier atisbo de alegría provoca un estallido de júbilo que contagia a los vecinos: unas danzas regionales, unos coros a capela o un poco de deporte. No nos reclinamos, respiramos hondo en la brisa nocturna y al alba despertamos, cabeza alta y paso al frente.
Lloro cada noche en el silencio roto por las toses y los estómagos vacíos, recordando el fuego del hogar en la cocina, junto a tu lado envuelto en tu toquilla, arrimando ascuas al puchero y
acariciando el dorso de tu mano. ¡Cuánto dolor he provocado en mi partida y que poca recompensa!
Entenderé que te ausentes en mi regreso, que cierres tu puerta a cal y canto; deberá mi amor
derribar esa frontera marcada a fuego por la guerra. Pero al fin te alcanzaré, no tengo dudas. Te quiere en la distancia. Andrew, a 28 de febrero de 1939.


12 comentarios:

  1. Te han quedado unas galletitas preciosas, y no sólo para regalarlas en un día como hoy!
    Ana de JUEGO DE SABORES

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  2. Hola, qué bonitas las galletas. Que no te seguía en el blog, solo en twitter, me quedo como seguidora, me gusta mucho tu trabajo. Si quieres pasarte por mi blog, tienes un premio, enhorabuena. Un besico. Tatiana.

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  3. Las galletas preciosas. Pásate por el blog que tengo una sorpresa para tí.

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  4. Me paso encantada por vuestros blogs, pero no participo en premios. De cualquier manera, os lo agradezco igualmente. Gracias y un beso

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  5. Qué bonitas galletas, vengo de la fiesta de enlaces, encantada de conocerte, un besito y nos vemos¡¡¡ Mar

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  6. Hola Ángeles,

    Ya te lo dije cuando te conocí y te lo vuelvo a repetir, haces unas galletas, de escandalo!!!...de verdad, no es decir por decir, te quedan preciosas y las fotos muy trabajadas.

    Gracias por tu comentario en mi blog, por lo que leo en el tuyo, también te dejan "premios en cadena"...en fin....

    Un abrazo,

    María

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  7. María, gracias de nuevo, y si, yo tampoco sabía qué era esto de los premios, como ves, llevo solo 1 mes con el blog. Ánimo y un beso

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  8. Sencillas pero preciosas, como tu blog, gracias por el comentario que has hecho en el mío, me quedo como seguidora para estar al tanto de tus post. Besitos

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  9. Gracias Natalia, nos vamos leyendo. Un beso

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Me gustan tus comentarios, me encanta leerlos todos, gracias por molestarte en escribirlos.

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